viernes, 12 de abril de 2013

Vuelo Buenos Aires, Argentina / Roma, Italia

Sinceramente últimamente lo único que me interesa de los aviones es que lleguen a destino. Pero si a parte de hacerlo, también permiten ver una película en colores, mejor. No fue el caso. Es que los televisores (sí, no dije pantallas) son malísimos. Se encuentran sólo en la fila central y el mecanismo que los sube y los baja quedó obsoleto hace un par de décadas.

El aparato que funciona es aleatorio, y también lo es su color: alguno se ve sepia, otro blanco y negro y otro color pero borroso; otro directamente no prende. Por tanto intentar ver “Breaking Dawn - Part 2” se torna particularmente difícil y aburrido. Esto último mérito exclusivo de la película, que claro está hicieron lo mejor que pudieron con el bodrio del libro de Stephenie Meyer.

Siempre que me subo a un avión no puedo evitar pensar qué ocurriría en caso de desastre. Pienso en los familiares y amigos que todos dejamos atrás. Y también en lo injusto que sería para los niños morir de esa manera. Pienso en Juli, y me encomiendo a cualquier fuerza divina superior (sin importar religión) que logre hacer aterrizar esa máquina en tierras de espaguetis.

Boarding Pass de Juli
Artículo revista del avión
El vuelo transcurre mejor de lo que a priori podría haber pronosticado. Casi sin turbulencias y con todos durmiendo gran parte del viaje. Hasta tengo tiempo de leer algún artículo de la revistita del avión. Paso de largo el de un boxeador argentino (aparentemente mediático y con lentes de Clark Kent) y me detengo en otro muchísimo más interesante. Me atrapa el título: “Romances Argentinos de Escritores Turbulentos”, pero lo que no entiendo es porqué hay una foto de Horacio Quiroga.

¿Será que nuestros hermanos argentinos a parte de Gardel, el dulce de leche, Punta del Este y recientemente nuestro prócer Artigas también quieren apropiarse del salteño? No, enseguida se disipa mi duda… para que exista romance se requieren dos (en algunos casos tres) y Quiroga era el segundo elemento en cuestión en la relación que mantuvo con la poetisa argentina Alfonsina Storni. Siendo el tercero Quinquela, que a pesar de ser más centrado que mi compatriota, no era el preferido de ella. Algo bastante común, aunque no lógico.

Salgo de mi ensueño abruptamente ya que Juli en un mimito poco controlado me mete el dedo en el ojo. Ella se las arregla para conocer a un amiguito… se llama Gabriel, es italiano y tiene alrededor de 3 años. Buen candidato ya que cumple con uno de los requisitos fundamentales: le cae bien a la madre, o sea a mí. Me dice: “Non parla” haciendo referencia a su compañera de vuelo. Por tanto le enseño a Juli a decirle “Amico”. A partir de allí la relación se torna indestructible, y se sella con un beso que le estampa el tanito a Juli en la mejilla antes de bajarnos del avión.

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