sábado, 20 de abril de 2013

Oh sole mio! - Venecia, Italia

Cuando uno dice “Venecia”, automáticamente piensa en canales y góndolas… pero también existe una Venecia continental de la que poco sabemos. Es allí donde se encuentra nuestro hotel, en Venecia-Mestre. Para ir de una a otra nos tomamos un ómnibus que para en la esquina, así que en menos de media hora ya estamos prontos para cantar “Oh sole mio!”.
Il gondoliere
La canción no cuadra con las condiciones climáticas en lo más mínimo: el sol está lejos de aparecer y para colmo de males por momentos llovizna. Por suerte vamos bien equipados con paraguas y camperas y Juli va resguardada con el protector de lluvia y viento para cochecitos: un nylon grueso con agujeritos que tapa todo el vehículo, bebé incluida.

El objetivo es ir recorriendo callecitas y canales hasta llegar a la Piazza San Marco. Podríamos tomarnos un vaporetto que nos deje directo en la plaza, pero creo que se perdería todo el encanto.
Si anteriormente era la guía del grupo y tenía la responsabilidad de saber nuestros siguientes pasos (aunque nunca hubiera estado en esas ciudades), ahora no tenía excusas ya que “conocía” Venecia. Antes de comenzar compro un mapa detallado y les advierto a todos que una de las principales atracciones del lugar es perderse entre sus recovecos, y que es altamente probable que eso ocurra, por lo que debemos mantenernos juntos.

Cuando uno tiene 16 años y está aquí con un grupo de amigos hay cosas que pasa por alto, o simplemente no representan un problema: Venecia tiene 144 puentes. Pero cuando uno va con una bebé en el cochecito cada uno de estos puentes se transforma en un obstáculo a sortear.

Así que caminamos unos metros y decimos el clásico “¡A la una, a las dos y a las tres!” mientras levantamos con Nacho el Julimóvil uno de cada lado, repitiendo el procedimiento cada 200 metros. Luego de la primer media hora es tal el timing adquirido que ya ni es necesario hablarnos, lo hacemos mecánicamente como si fuera la manera natural de transladarse.
Pasajes estrechos
Canales con góndolas estacionadas
Al principio trato de seguir el mapa: un laberíntico dibujo que conspira minuto a minuto con mi idea de llegar a algún lugar. Pero luego recuerdo que aquí no es la manera en que funcionan las cosas… simplemente hay que seguir los carteles que salpicados por la ciudad van señalando 2 posibles destinos: “Per Rialto” y “Per S. Marco”.

Si bien el camino está bastante señalizado hay momentos en que nos quedan dudas de si vamos avanzando correctamente. A veces el cartel indica que se debe doblar pero se abren 2 o 3 callecitas en esa dirección, y solo sabemos que no estamos perdidos al encontrarnos unas cuadras más adelante con un nuevo cartel.

A medida que avanzamos vemos canales con góndolas “estacionadas”, casitas viejas con marcas de humedad, comercios exhibiendo las típicas máscaras venecianas y algún gondolero pronto para encarar la jornada, vestido en su inconfundible atuendo de remerita a rayas y sombrero con cinta.
Llegamos al Puente del Rialto, postal obligada de Venecia y compramos algunos souvenirs ya que sobre el puente pululan los negocios de este tipo. Nos sacamos fotos con el Gran Canal de fondo y seguimos hacia San Marco.

Luego de una hora de caminata en total ya estamos allí. El recuerdo que tenía de esta plaza era idéntico a lo que ven mis ojos: es que 16 años no son nada para una ciudad con tanta historia.
Gran Canal
Basílica de San Marco
Recorremos la plaza disfrutando de la Basílica de San Marco como fondo y decidimos hacer la visita al Palacio Ducal.
Pocho y Sonia en cambio quieren seguir paseando, por tanto quedamos de encontrarnos en el Rialto en unas horas.

El palacio es fabuloso: fue residencia de los dux (magistrado supremo de Venecia), sede del gobierno y de la corte de justicia y prisión de la República de Venecia.
A medida que recorremos sus salas no paramos de asombrarnos: cada una es más grande y más decorada que la anterior. Pero la que nos deja literalmente boquiabiertos es la Sala del Maggior Consiglio con sus 53 metros de largo por 25 de ancho, hogar del mayor lienzo del mundo: “El Paraíso” de Tintoretto.

La mayoría de estas salas esconden historias de complots y tramas de película. Son testigo de ello las puertas secretas y un buzón donde uno podía dejar una carta denunciando a otra persona de realizar prácticas ilegales.

Recorremos la armería y por último cruzamos el mítico “Puente de los Suspiros”. Este puente comunica el palacio con sus calabozos y lleva ese nombre dado que los hombres que lo cruzaban suspiraban al ver por última vez la laguna y tener que despedirse de su libertad.

Caminar por estos pasadizos llenos de celdas sin ventanas es sumamente conmovedor. Uno se puede hacer fácilmente la idea del calvario por el que atravesaban las personas que terminaban aquí. Parece irreal que hace tan solo unos minutos y a no muchos metros de allí estuviéramos contemplando tanta belleza y ostentación, cuando ahora lo único que respiramos es desolación.

Incluso se conservan los grafittis de los presos en las paredes: el rostro de la mujer amada, la plaza de San Marco que ya nunca volverían a ver y hasta unos genitales masculinos (parece que no importa el período de la historia en el que nos encontremos los hombres se empecinan en hacer este dibujo una y otra vez).
Juli está bastante fastidiosa... parece que su naturaleza de bebé no está en sintonía con los calabozos (no me imagino porqué), así que damos por concluido el paseo. Nos dirigimos al Rialto, pero no hay señales de los abuelos.

Nos mensajeamos y vemos que hubo un malentendido por lo que ellos se toman el vaporetto directo desde San Marco y nos encontramos en la estación de trenes de Venecia para luego tomar el ómnibus que nos devuelva al continente.
Piazza San Marco
Un rato después ya estamos en el hotel así que compramos algunas provisiones en el supermercadito de enfrente y recogemos las valijas. Otra vez nos tomamos el ómnibus pero esta vez nos bajamos en la estación de trenes de Venecia-Mestre para emprender viaje hacia Milán.

Nunca pensé que volvería a Venecia... y estoy más que satisfecha de haberlo hecho. Sigue siendo una ciudad misteriosa y distinta a todas las demás que conozco. Tal vez el haber regresado con unos años más encima me dieron una perspectiva totalmente diferente; me divertí mucho recorriendo canales y puentes cual si estuviera tras las andanzas de Casanova.

viernes, 19 de abril de 2013

Galleria degli Uffizi y un buen gelato - Florencia, Italia

Dormimos un poco más de la cuenta y logramos abrir los ojos a las 9 y media de la mañana. El cansancio acumulado se hace sentir, pero tenemos la tranquilidad de que el ingreso a la Galleria degli Uffizi es a las 11:45 según nuestra reserva. Este paseo lo vamos a hacer sin abuelos; ellos ya tienen planes de recorrer la otra ribera del río. Por tanto nos reencontraremos en la tarde para emprender viaje hace Venecia.

La galería fue construida por Giorgio Vasari en el año 1560 a pedido de Cosmo I de Médici y alberga una de las mayores colecciones de arte del mundo. Originalmente fue sede de las magistraturas florentinas de allí el nombre de “Galería de los Oficios”.
Las visitas culturales al mediodía con una bebé, son por definición complicadas. Y esta no es la excepción. Le damos un almuerzo previo a la entrada (para al menos contar con una pequeña ventaja), pero Juli no tarda en aburrirse de ver tantos cuadros y esculturas, y se pone inquieta.

Como podemos vamos escuchando el audioguía… la técnica es que mientras uno está con Juli el otro hace “vida normal” y luego intercambiamos roles. Es más fácil decirlo que hacerlo, pero dentro de todo vamos bastante bien.
Entrada a la Galería degli Uffizi
Vista desde la terraza de la Galería
Es imposible registrar todo lo que vemos, una cantidad de obras innumerable desfilan ante nuestros ojos. Si tengo que quedarme con alguna elegiría “El nacimiento de Venus” de Botticelli o “Tondo Doni” (La sagrada familia) de Miguel Ángel. Pero hay muchas otras que no conozco y son divinas también.

Luego de un par de horas de recorrido almorzamos en la terraza de la galería con vista a Il Duomo y el Campanario. Juli rendida, finalmente duerme una siesta por lo que es un momento de descanso para todos.
Nos quedan un par de atracciones más por conocer de Florencia. La primera es “El David” de Miguel Ángel, pero nuestra entrada tiene un horario muy tardío que pondría en peligro el viaje a Venecia, por lo que optamos por conformarnos con el de la explanada municipal.
Y la segunda y última es conocer la “mejor heladería de toda Florencia”, que se encuentra en el Bar Vívoli. Esta última parada no la podemos perder, y allí estamos degustando un poco de gelato antes de volver al hotel.

Que es rico no hay duda, pero igual la mejor heladería del mundo para mí sigue siendo “El Arlequino” en Punta del Este. A parte, entrar a una heladería y no poder pedir dulce de leche en alguna de sus variantes, a mi juicio le quita la mitad de la gracia a todo el asunto.
¡Una servilleta dice más que mil palabras!
Regresamos al hotel a buscar las valijas y ya estamos prontos para ir a la estación de trenes donde nos encontraremos con los abuelos. Dadas nuestras recientes experiencias vertiginosas decidimos llegar con bastante tiempo para evitar sorpresas. Así que todo transcurre con tranquilidad y de un momento a otro ya nos vamos despidiendo de Florencia.

No conozco persona alguna que haya visitado esta ciudad y diga otra cosa más que es preciosa. Y coincido… nunca olvidaré sus callecitas, sus obras de arte, sus iglesias y la paz que sentí al bordear su río.

Y una vez más allá vamos, con la incertidumbre de lo que vendrá… confiando en que Venecia nos enamore.

jueves, 18 de abril de 2013

Palacio Médici, Santa Croce y Ponte Vecchio - Florencia, Italia

Cosmo I de Médici
Uno no puede estar de paseo en Florencia sin toparse con los Médici.

Esta adinerada familia debió su riqueza a la actividad que desarrollaron como banqueros, mercaderes de tejidos (lana y seda) y posteriormente como políticos... pero uno de sus rasgos característicos fue el mecenazgo que llevaron a cabo, estando bajo su protección artistas como Miguel Ángel.

Es así que tenemos una cita obligada y luego de caminar unas cuadras, llegamos al palacio Médici Riccardi.


El palacio visto desde afuera da la sensación de ser un bloque macizo, pero en su interior esconde un patio cuadrado donde desembocan todas las salas del edificio.

Nos quedamos maravillados ante la Galería de Luca Giordano y su bóveda pintada con la “Alegoría a la Divina Sabiduría”, así como también con la pequeña Capilla de los Reyes Magos.

Vemos el gran salón de baile y automáticamente se me vienen a la mente imágenes de fiestas desproporcionadas llenas de lujos y ostentaciones.

Recorremos dormitorios y comedores mientras los dueños de casa nos siguen cuidadosamente desde cuadros señoriales que los retratan en todo su esplendor.

Aquí no está permitido ingerir alimentos ni líquidos, por lo que asumo que también está “vietato” cambiar pañales, pero la naturaleza llama y hacemos caso omiso a las reglas, dejando un pañal bastante cargadito y con sorpresitas en una de las papeleras.

Un poco antes de irnos vemos que hay una exposición de Dalí; eso o el hambre me está haciendo alucinar y me hace ver elefantes de patas largas y finas.
Alegoría a la Divina Sabiduría
Cambio de pañal transgresor
Iglesia Santa Croce
¡Divino el techo!
Juli dándole de comer a las palomitas
Abandonamos el palacio para ir a almorzar y poder descansar un rato. La comida italiana ya está haciendo estragos en nuestros sistemas y el exceso de pasta nos hace sentir hinchados.

Pero no hay mucha escapatoria en un país donde te sirven lasagna de entrada, así que continuamos con una dieta saturada de carbohidratos esperando que en Francia podamos regularizar la situación.

El almuerzo transcurre con normalidad mientras nos divertimos observando la gesticulación de las mozas y su inacabable griterío: lo más asombroso es que realmente no están enojadas, si no que es su manera de comunicarse.

Al irnos, una de las tanas le estampa un buen beso en la mejilla a los hombres de la mesa: más por placer que por agradecer la propina, dado que ésta no es demasiado exorbitante.

Con la panza llena, reanudamos la caminata dirigiéndonos a la iglesia Santa Croce. Los abuelos deciden quedarse afuera con Juli en la plaza mientras nosotros vamos en busca de la tumba de Miguel Ángel.

Pero no sólo encontramos la del genio capresano sino que aquí también se encuentran las de Maquiavelo, Galileo, Ghiberti y la tumba falsa de Dante Alighieri (la verdadera está en Rávena).

Una hora después nos reencontramos con los demás que están sumamente entretenidos dándole pancito a las palomas y es hora de volver a cambiar pañales.

Si haberlo hecho en el Palacio Médici fue extraño, este cambio lo fue aún más ya que se desarrolló en el área chica de un partido de fútbol de niños. No sé muy bien cómo quedamos allí, pero nadie se inmutó al respecto… hasta hicieron un tiro libre mientras yo hacía de barrera para que no le pegaran a Juli.

Seguimos con el paseo y hacemos el intento de conocer la casa de Miguel Ángel: dada la hora ya está cerrada, y optamos por regresar al hotel disfrutando del atardecer bordeando el Arno. Se van sucediendo los puentes que cruzan el apacible río, hasta que llegamos a una de las paradas obligadas de esta ciudad: el Ponte Vecchio.

El poder contemplarlo en la actualidad se lo tenemos que agradecer a Hitler, ya que ordenó que no fuera bombardeado a diferencia de todos los demás (la única cosa positiva que debe haber hecho este tipo en su vida).
Así que allí está frente a nosotros el puente más antiguo de Europa con sus casi 700 años de historia.

Siempre fue centro de gran actividad comercial dado que estaba exento de impuestos: una de las primeras zonas francas. Los vendedores exhibían sus mercancías sobre mesas… se cree que el término bancarrota proviene de aquí: si un comerciante no podía pagar sus deudas su mesa era rota por los soldados inhabilitándolo para continuar con su negocio.

Actualmente está atiborrado de joyerías y damos una mirada a las vidrieras sin hacernos mucha ilusión: todo es carísimo.
Ponte Vecchio

Continuamos la caminata dejando el puente a nuestras espaldas y unos metros más adelante encontramos una joyería que se adapta un poco más a nuestra realidad, así que decidimos darle una oportunidad con Sonia. Lo que me hace entrar a mí en particular es que en la vidriera veo pulseras “Nomination” y siento exactamente la misma necesidad que sintiera hace muchos años atrás en Turín de tener una sobre mi muñeca… pienso en cómo ha cambiado mi vida y de todo lo que ha sido testigo mi pulsera desde aquellos días solitarios como tenista hasta la fecha.

Vuelvo a la realidad rápidamente mientras la vendedora me muestra los nuevos modelos: una especie de aros hechos de cobre trenzado con broche de acero inoxidable de colores brillantes y veraniegos… ¡y me encantan! Así que me compro una naranja. Sonia por su lado también encuentra una que le gusta en otro modelo, por lo que salimos contentas con nuestras compras.

Atardecer sobre el Arno
Ha sido otro día largo y de mucha caminata por lo que estamos cansados. No nos complicamos demasiado con la cena y morimos en la misma pizzería del día anterior, para agregar un poco más de harina a nuestras pancitas.

La cama nos espera tentadora, y luego del ritual obligado de la memita caemos los tres rendidos. Me pregunto si Juli algún día volverá a dormir sola en su cunita después de tantos días de concesiones especiales. Y pensando en esto me duermo, para soñar con iglesias, cúpulas, artistas y puentes.

Santa María del Fiore - Florencia, Italia

Acabamos de tomar un desayuno suculento, y estamos prontos para conocer la ciudad. El empleado del hotel es sumamente amable, nos facilita un mapa y nos indica cómo llegar a las principales atracciones florentinas.

Me causa gracia la forma de hablar que tiene: cada 4 o 5 palabras intercala un “Alhooooraaaaaa…” y me da la sensación de que se toma la vida con calma. Al preguntarle si hay algún medio de transporte que nos acerque al centro nos dice: “Consejo de florentino… vayan caminando”.
Así que no se habla más y allá sale la excursión con destino a Santa María del Fiore.

Nos vamos abriendo paso por un sinfín de callecitas hasta que luego de media hora aparece majestuosa frente a nosotros. Es enorme.

Los mármoles de diferentes colores que decoran la fachada le dan un toque especial. La vamos bordeando hasta encontrar la entrada: desde este punto también se aprecia el Campanario y el Baptisterio.
Entrada y Campanario
Ingresamos y vemos que se puede solicitar un recorrido con guía en español; lamentablemente en ese momento sólo está disponible el tour en inglés, pero igual lo tomamos, con intenciones de irles traduciendo a los abuelos. Nuestra guía es una muchachita rusa que está haciendo una especie de pasantía (los tours son gratuitos).

Cúpula del Duomo
Nos va contando la historia de esta sensacional iglesia, la cual tiene como principal atracción su cúpula. Al principio en el lugar donde hoy se encuentra ésta, no había nada… es que nadie sabía cómo construir una cúpula de semejantes dimensiones (tiene 100 metros de altura y 45 de diámetro).

Es por ello que se llamó a un concurso el cual ganó Brunelleschi. A pesar del resultado, quedó encargado de llevar a cabo la obra junto a Lorenzo Ghiberti. Parece que no tenían muy buena relación entre ellos: unos años antes Brunelleschi se había postulado para la realización de las puertas del Baptisterio (“Las puertas del Paraíso”) y perdió ante Ghiberti.

Ofendido dejó la ciudad para radicarse en Roma y buscar una solución para la edificación de la cúpula, inspirándose en la del Panteón de Agripa.
Tras 9 años regresó pronto para afrontar el desafío. Pero si bien el diseño y la idea de cómo construirla eran de él, Ghiberti era el encargado y se iba a llevar todo el crédito. Es así que finge estar enfermo, para que su enemigo se vea en la obligación de reconocer que no tiene idea de cómo construirla.

Luego de esta jugada estratégica, Brunelleschi quedaría posicionado como autor de la obra y finalizaría su construcción 16 años después, en el año 1436.
Santa Maria del Fiore desde el costadito
De perfil
Seguimos observando el interior de la iglesia, que a pesar de lo que uno puede pensar dado su exterior tan trabajado, es sumamente austero. Esto no es casual, sino que es el mensaje que se quiso transmitir en su momento: Florencia es una ciudad rica, saben cómo ser sofisticados y opulentos, pero en el interior los florentinos no deben olvidar ser humildes y buenos cristianos.

Vemos otro de los puntos de interés: el reloj de 24 horas de Paolo Uccello. Cuenta con una sola aguja que recorre las 24 horas del día en una sola vuelta, la cual gira en sentido inverso al convencional.
Con la visita llegando a su fin, no puedo evitar hacer uso de mi “ruso básico” y decirle a nuestra guía: “Minha sabut Cecilia”, la cual se ríe y contesta “Oh! Minha sabut Anna”. Me pregunta cómo sé ruso y le cuento de mi estadía en su tierra natal hace ya 15 años atrás, con motivo de mi participación en “Los Juegos de la Juventud” (una versión de las Olimpíadas pero para menores de 18 años).

Y en este punto ocurre una de esas cosas increíbles que sólo te pasan viajando… me cuenta que su papá trabajó en la construcción de la Villa Olímpica donde me hospedé. ¿Cuáles son las probabilidades de que esto ocurra? Seguramente muy bajas pero evidentemente no imposibles. Le pido entonces que le cuente a su padre que la Villa tenía todo lo que podía llegar a necesitar un deportista y aún más, siendo mi alojamiento allí una de las experiencias más alucinantes de mi vida.

Por un momento me retrotraigo en el tiempo y pienso en una pequeña Anna, de unos 8 años yendo a recibir a su papá con un abrazo luego de un arduo día de trabajo. Cómo su realidad estuvo tan ligada a la mía en un momento determinado de nuestras vidas hace que me estremezca; y más aún cuando pienso que por segunda vez estamos compartiendo una historia.
Nos despedimos de nuestra guía y de Santa María del Fiore, no sin antes retratarnos junto a las puertas del Baptisterio. Al conocer ahora un poco más de su concepción miro todo aquello con nuevos ojos.

Si bien Ghiberti no era de mi agrado (había tomado partido por Brunelleschi en la historia de la cúpula) tengo que reconocer que luego de ver su trabajo sube unos cuantos peldaños en mi ranking: las puertas son magníficas.
Puertas del Paraíso
Dejamos atrás entonces el icónico Duomo florentino y vamos tras los pasos de una de las familias más influyentes de esta ciudad: los Médici.

miércoles, 17 de abril de 2013

Arribo a Florencia - Florencia, Italia

Florencia nos recibe de tardecita, y tengo la sensación de que volvemos a foja cero… es que en Roma ya teníamos todo controlado y ahora hay que volver a empezar.

Pero esto es lo que hace que los viajes sean enriquecedores: siempre hay que enfrentarse a situaciones nuevas y reaccionar de alguna manera a ellas. Las veces que se reaccione de forma acertada posiblemente pasen desapercibidas y las que se reaccione de manera errónea seguramente terminen en anécdota y sean dignas de ser contadas luego. Tal es el caso de nuestra búsqueda del hotel.
Mirando el mapa el hotel se encuentra a 800 metros de la estación de trenes, por lo que decidimos ir caminando. Rápidamente nos topamos con nuestro primer desafío: las calles son tan pero tan angostas que la mayoría no tienen vereda y vamos acarreando todo el equipaje por el medio de la calle entre autos, camiones, motos y transeúntes.

Ni que hablar que llevo a Juli en el cochecito así que todo el asunto se transforma en una especie de “X-treme Game”. Dadas las circunstancias no estoy en mi mejor momento para seguir GPS o mapas y me las arreglo para tomar lo que sería la antítesis de un atajo.
¿Y las veredas? ¿Y Candela?
Una de las cosas que he aprendido con los años es que la gente no sabe lidiar con un líder confundido y lo único que esto genera es más confusión. Es así que me mantengo en una pieza y sigo conduciéndolos cual si supiera a dónde vamos mientras intento corregir el curso. Evidentemente los 800 metros iniciales se transforman rápidamente en 2 kilómetros y medio, pero ahora al menos realmente estamos caminando hacia el hotel.

Faltando menos de 500 metros Sonia hace huelga y se sienta a descansar en un banquito. Ya es de noche y hay una luna espectacular. Luego de unos minutos reanudamos la caminata y faltando una cuadra para llegar le digo que todavía faltan 5 cuadras más, pero enseguida la tranquilizo señalándole el cartel del hotel que ya se divisa a lo lejos.

El nombre de nuestro hogar en Florencia es “Crocini”, pero mientras voy avanzando sólo logro leer “Croci” por lo que se me viene el mundo abajo sólo de pensar que ese no es nuestro destino. Por suerte no es más que un tema de perspectiva y faltando unos metros vemos el nombre en todo su esplendor: “Hotel Crocini”.

Desayuno del Hotel
Avanzamos unos metros más y un segundo cartel baja rápidamente de categoría a nuestro hospedaje… “Albergo Crocini”… en fin, mientras haya un colchón para dormir y un baño decente cumple con todos los requisitos para mí.

Hacemos el check-in y comprobamos que nuestro hotel, albergue, pensión o como quiera llamarse tiene todo lo que necesitamos: es limpio, tiene baños a nuevo y un desayuno más que satisfactorio.
Pero lo que realmente es el alma de este hotel es su ascensor: antiguo y con un estilo único. Tiene una puerta de madera dividida en 2 que se abre hacia adentro, cual si fuera una de esas cantinas del lejano oeste.

También tiene la típica puerta reja, pero la verdadera joyita es su asiento: una butaca de terciopelo que se puede abrir o mantener cerrada en caso de que se precise más espacio.
¡Ascensor con banquito!
Luego de instalarnos procuramos alimento en una pizzería cercana y nos disponemos a descansar… necesitamos recargar las pilas para otro día de aventuras: Florencia nos espera.

Despidiéndonos de Roma - Roma, Italia

Hoy es nuestro último día en Roma. Pocho y Sonia prefieren hacer un poco de compras por lo que decidimos separarnos y que cada uno recorra “a piacere”. La idea es ir juntos hasta el comienzo de Via del Corso y reencontrarnos en la Piazza del Popolo a las 14 hrs… luego retornar al apartamento a buscar valijas y dejarle las llaves a Marco, para tomarnos nuestro tren hacia Florencia.

Tenemos alrededor de 4 horas para conocer todo lo que aún no pudimos de Roma, así que no hay tiempo que perder.

Comenzamos en Campo dei Fiori, una especie de feria donde podemos encontrar pasta de todo tipo, color y tamaño así como también fruta fresca y los típicos souvenirs romanos.
Fatto in casa... in casa della Sibarita!

Nuestra caminata prosigue hasta el Panteón de Agripa. Este monumento es fabuloso… ya es sumamente majestuoso visto desde afuera, pero lo es aún más en su interior. Es que al ingresar podemos ver la cúpula con su famoso “oculus”.

Cuando este templo pagano fue convertido en iglesia, la leyenda cuenta que los romanos allí reunidos pudieron ver una nube de demonios elevarse en el aire para escapar por el agujero de la cúpula.
Óculo del Panteón de Agripa
Teniendo en cuenta que fue erigido en el año 27 A.C. no dejamos de maravillarnos y preguntarnos cómo es posible que hayan construido semejante estructura. Por un momento se me viene a la mente el griego de pelos parados de “Alienígenas Ancestrales” diciendo: “¿Qué si creo que esto lo hicieron los extraterrestres? ¡Yo creo que sí!”.

Rápidamente descarto el pensamiento y vamos hacia la segunda atracción del lugar: la tumba de Rafael. Esta vez dejo ET´s de lado y mi mente activa trae a escena a Robert Langdon en “Ángeles y Demonios” tras la pista falsa que lo dirige hacia este lugar.
Continuamos caminando hacia la Iglesia Santa María Maggiore, la cual es preciosa: algo constante en Italia en cuanto a iglesias se refiere.

Pasamos por el monumento a Vittorio Emanuele II, una especie de Palacio Legislativo en versión tana que, al igual que el nuestro, es difícil rodear caminando por todas las avenidas que nacen y mueren en él. Para nuestro asombro nos damos cuenta que detrás está el Coliseo y recién ahora luego de 4 días en Roma nos hacemos la composición de lugar y relacionamos el mapa con la realidad.

Culminamos nuestra extensa caminata en Piazza Repubblica para poder tomarnos el metro y reencontrarnos con los abuelos: por la cantidad de bolsitas que traen parece que el paseo dio resultado y estamos todos contentos con nuestro “día libre”.

Nos tomamos un merecido descanso en Piazza del Popolo (¡y un merecido helado!) y emprendemos el regreso a lo de Marco. Demoramos un poco más de lo previsto ya que nos tomamos un ómnibus eléctrico que va a 2 por hora, pero finalmente llegamos al apartamento.

Ya está Marco y una muchacha arreglando todo y limpiando así que sólo resta darle las gracias y dirigirnos a la estación de trenes. Como estamos medios atrasados, decidimos obviarnos el primer tren y terminamos pidiendo un taxi grande que nos lleve directo a Roma Termini. Tenemos demasiadas cosas para transportar: 4 valijas grandes, 3 mochilas, 1 carry-on, 1 bolsito maternal, 1 cochecito y… ¡una bebé!
Santa María Maggiore
Monumento a Vittorio Emanuele II

La suerte (o falta de ella) quiere que nuestro conductor sea un muchacho “peso pluma” que prácticamente no puede con las valijas y que tampoco se da mucha maña para acomodarlas, por tanto seguimos demorando. Las dimensiones del vehículo no ayudan demasiado y hay que hacer una movida cual si fuera Tetris avanzado para que todo cuadre.

Nadie se queda sin meter mano: lo que uno acomoda el otro lo desacomoda, pero finalmente logramos colocar todo adentro. Y comienza una carrera contra el tiempo en donde el viaje se hace eterno como siempre ocurre cuando estás apurado.

Llegamos a la estación, aquello parece un enjambre… por donde se mire entra y sale gente: está atiborrado. En un error estratégico yo me adelanto para validar los tickets con la consigna de encontrarme en el andén de salida con los demás.

Faltan menos de 10 minutos para que salga el tren y no hay señales del resto. En la desesperación salgo a buscarlos y cuando estoy por aceptar la cruda realidad y darme por vencida, milagrosamente veo sus cabecitas entre la muchedumbre. Es que si bien nosotros vamos a Florencia, el destino del tren es Venecia, de allí la confusión de que no encontraran el andén.

Corriendo con todo el campamento a cuestas logramos abordar el tren faltando un par de minutos para la partida.

Nos alejamos de Roma... agradecidos de haber podido descubrir sus más preciosos tesoros. Realmente una ciudad de esas que vale la pena conocer.

martes, 16 de abril de 2013

Detenidos en el tiempo - Pompeya, Italia

Realmente no puedo creer que estoy en Pompeya… tantas veces escuché la historia de esta ciudad detenida en el tiempo que me cuesta asimilar que estoy a minutos de conocer sus secretos.

Antes de comenzar el paseo decidimos almorzar ya que son las 3 de la tarde. Improvisamos un picnic detrás de la garita de las audioguías para reponer energías y estar listos para comenzar el recorrido.

El acceso lo realizamos a través de la Puerta Marina subiendo como podemos el cochecito a través de una callecita empedrada. A Juli no le agrada mucho el traqueteo constante así que no está muy colaboradora… no la culpo pobrecita, entre esto y la subida al Vesubio ya ha tenido bastante por el día. Para colmo de males nos cruzamos con una pareja con un bebé también en cochecito que al mirarnos sólo emite una palabra: “Difficult”.

Haciendo de tripas corazón seguimos adelante y llegamos a uno de los primeros templos… la situación no me gusta nada; estoy más preocupada en que Juli se comporte que en escuchar las explicaciones del audioguía y la verdad no estoy disfrutando mucho.

Es que tengo tantas expectativas con Pompeya… pero no logro estar en sintonía y eso me frustra bastante. Sin embargo, el destino nos tendría preparado otro desenlace. En toda historia con final feliz hay un mártir y esta no es la excepción: Yaya Sonia nos dice que ella se queda afuera con Juli mientras nosotros recorremos, ya que está cansada y el paseo no le entusiasma demasiado.

Decidimos que es lo mejor dada la situación y allá las acompañamos hacia la salida, no sin antes pegarnos un buen susto: el camino de salida es sólo salida, por tanto no nos dejan regresar.

Explicamos lo que ocurre al guardia, pero no hay forma. Ante nuestras reiteradas súplicas (lo único que faltó fue arrodillarnos) nos hace entender que va a hacer la “vista gorda” para que volvamos, pero que no podemos ayudar a Sonia. Y lo que queda bastante claro también es que es nuestra última oportunidad… la tomamos o la dejamos.

Es así que vemos desde arriba como se las arregla para bajar con todo el cargamento. Por un momento nos queda la sensación esa de si habremos hecho bien o no y cruzamos los dedos para poder reencontrarnos en unas horas.
Ceci Arqueóloga

Ahora si ya estamos con todos los sentidos en Pompeya y con el diario del lunes he de decir que fue la decisión correcta. Quedé enamorada de la ciudad: de las historias que esconden sus casas, de sus callecitas empedradas que aún conservan las huellas del paso de los carros, de sus espacios públicos con la vista impresionante del Vesubio como fondo y de muchas otras cosas más.

Me sentí como una niña corriendo por sus calles, buscando los puntos marcados en el mapa. Y el resultado siempre era el mismo… esa necesidad de querer conocer más, porque cada cosa que veíamos era mejor que la anterior.
Cave Canem - ¡Cuidado con el perro!
De esta manera conocimos la casa del poeta trágico con su increíble mosaico del hall de entrada. En éste se puede leer la inscripción en latín “Cave Canem” (Cuidado con el perro) mientras cobra vida un perro atado de su cadena a través de pequeños cuadraditos de piedra.

A pesar que han transcurrido casi 2.000 años, hacemos las mismas cosas, y la escena resulta tan familiar que bien podría ser el cartel de alguna casa del barrio en donde vivo.
Seguimos investigando la ciudad y nos topamos con una panadería que conserva su horno de pan prácticamente intacto; un poco más lejos se encuentra una taberna y un par de cuadras más allá las termas estabianas.

Estas termas son fabulosas: tienen un sector para hombres y otro para mujeres, y en cada uno de ellos podemos encontrar un vestuario con lockers (la primera versión de ellos), una sala con una piscina de agua fría (frigidarium), una con agua templada (tepidarium) y una de agua caliente (calidarium).

Todas estas salas provistas de un sistema de calefacción muy sofisticado, seguramente el precursor de nuestra losa radiante. Dentro de las instalaciones también podemos ver una piscina al aire libre así como un gimnasio.
Horno de Pan
John Doe
Nadie debería irse de Pompeya sin haber contemplado alguno de los cuerpos (o mejor dicho la silueta en lava fosilizada) de los habitantes de esta ciudad, en sus momentos finales antes que el Vesubio extinguiera sus vidas.

Los observamos en silencio, pensando quiénes habrían sido y los imaginamos por un instante recorriendo las callecitas que hoy nosotros deambulamos. Sus expresiones son tan reales que es imposible estar allí sin que se le ponga a uno la piel de gallina.
Falta poco para que sean las 7 y la ciudad cierre sus puertas… ya me hice la idea de que no vamos a poder llegar hasta el estadio, el cual se encuentra en los límites del mapa. En cambio concentro todas mis energías en localizar el Teatro Chico y el Teatro Grande: Pompeya es un laberinto y todas sus callecitas parecen iguales, pero cada una es diferente y esconde tesoros asombrosos.

Suena una sirena y una voz en varios idiomas alerta del cierre inminente; mientras tanto yo corro de un lado al otro para encontrar mi objetivo. Finalmente allí está: un pequeño anfiteatro tan bien conservado que parece que la obra está por comenzar. Nos tomamos unos segundos para sentarnos a disfrutar de una actuación que ocurrió ya hace mucho tiempo y que ahora sólo cobra vida en nuestra imaginación.

La sirena nos devuelve abruptamente al siglo XXI y definitivamente ya no hay tiempo que perder, así que vamos en pos de la salida lo más rápido posible.
Termas Estabianas

Pero un objetivo es un objetivo, y mientras avanzo sigo descifrando el mapa… el Teatro Grande tiene que estar por allí. A veces uno tiene que tomar distancia de las cosas para apreciarlas claramente, y este fue el caso… a lo lejos pude observar unas hileras de asientos de unas gradas lo que delató la posición del teatro, que todo el tiempo lo había tenido enfrente mio. Sin pensarlo dos veces me pego un pique mientras escucho a Nacho y Pocho decir que es tarde, que nos van a dejar adentro.

Teatro Grande
Y este es uno de los momentos que más atesoro de la visita: voy corriendo entre las rocas, a media luz, con una brisa un poco más fría propia del atardecer que me hace estremecer al encontrarse con el sudor de mi camisa… salto de escalón en escalón con la respiración entrecortada y esa sensación de adrenalina en sangre, hasta que por fin lo veo… un anfiteatro hermoso con capacidad para 5.000 personas.

Ahora sí, con el alma rebosante de alegría corro en sentido inverso para abandonar el lugar. Mientras vamos en busca de la salida me pregunto cuántas otras maravillas esconde Pompeya y me hago un juramento silencioso para regresar algún día.
Estamos cansados pero felices, es que todos sucumbimos ante los encantos de esta ciudad suspendida en el tiempo.

Cuando finalmente llegamos al portón de salida, vemos con asombro que tiene un candado y está cerrado… es que ya son las 7 y cuarto.

Más allá de la reja se encuentra el mundo tal cual lo conocemos: podemos sentir el ruido de los autos, ver negocios que están cerrando y personas que pasan caminando. En cambio de nuestro lado estamos en un mundo que quedó en pausa, silencioso y que está a punto de obtener 3 rehenes.
Callecitas
Pienso en Juli y en Sonia que nos esperan en algún lugar e instintivamente miro para ver qué tan alta es la reja. ¿Realmente la hubiera saltado? Por suerte no fue necesario averiguarlo ya que aparece un guardia y nos deja en libertad. Mientras nos abre la puerta le pregunto si ellos chequean que nadie quede encerrado dentro, a lo que obtengo por respuesta un despreocupado: “La otra vez una turista japonesa tuvo que pasar la noche en los baños”.

Este último episodio se suma a todos los vividos anteriormente, terminándole de dar un barniz de aventura a nuestro día. En definitiva era lo que íbamos a buscar originalmente.

Nos reencontramos con Juli y Sonia y estamos prontos para regresar. Nos espera un camino largo a casa, que nos permite ir bajando las revoluciones e ir procesando todo lo ocurrido.
Llegamos sanos y salvos casi 4 horas después, no sin antes tener alguna dificultad para conseguir transporte debido a lo avanzado de la hora y sin haber tenido alguna peleíta ocasionada por hambre y cansancio extremo.

¿Qué puedo decir? El que quiere Celeste que le cueste… pero… ¡lindo haberlo vivido pa’ poderlo contar!

Monte Vesubio - Pompeya, Italia

Arriba el tren... finalmente aquí estamos: Pompeii Schiavi- Villa dei Misteri. Es increíble pero ya son la 1 de la tarde. Tenemos que decidir qué hacer primero, si entrar a las ruinas o ir al Vesubio.

Para aprovechar mejor el día optamos por ir al monte y cuando queremos acordar ya estamos metidos en un bus enfilando a la ladera del volcán. Pero éste no es el vehículo con el cual vamos a subir… es solo un shuttle para llevarnos a la entrada del Parque Nacional.

Una vez allí, nos piden que dejemos el cochecito de Juli y que nos subamos a nuestro verdadero medio de transporte apto para volcanes: el Unimog. Este camioncito verde con ruedas patonas a primera vista puede parecer salido de algún set de filmación de Jurassic Park… lo único que espero es que el ascenso sea más tranquilo que tener que lidiar con un T-Rex.

Y allá vamos a toda potencia por un sendero que de momento parece seguro, aunque bastante irregular, flanqueado por árboles en ambos lados. La amortiguación del camión es excelente, y aunque vamos de arriba para abajo, de derecha a izquierda, es hasta divertido. Pero nuestro escudo arbóreo rápidamente desaparece y deja en evidencia la verdadera naturaleza del trayecto… una vista espectacular de la Bahía de Nápoles mientras ascendemos por un camino zigzagueante y sumamente vertiginoso.
¡Pica Juli al costado de la rueda patona!

En momentos como estos pienso en que nuestras vidas dependen de la destreza del conductor y de no experimentar ninguna falla técnica lo suficientemente mala como para terminar desbarrancados. Pero al mirar al chofer veo que está como en piloto automático y que se sabe el camino de memoria denotando experiencia, lo que me hace sentir un poco más tranquila.

Cambio de pañales rústico
Juli no entiende mucho qué está ocurriendo, pero lo suficiente como para decidir sujetarse con ambas manitos de los agarres del asiento. Luego de unos cuantos giros más, llegamos a destino. Una especie de explanada donde nos tenemos que bajar del camión para continuar la travesía a pie.

En este lugar no hay demasiada infraestructura: alguna mesa, algún banco y una cabañita, hogar de los cuidadores que te controlan la entrada. Así que hay que arreglárselas como se puede, y el cambio de pañales es bastante rústico sobre una mesa de madera, pero con una vista panorámica que pocos bebés han tenido el privilegio de apreciar.

Juli come una banana y estamos prontos para llegar hasta el mismísimo cráter del volcán. Claro que no es tan sencillo… el ascenso se hace a través de un sendero más o menos empinado pero constante, pisando una tierrita por momentos bastante resbaladiza y llena de lagartijas.

A un lado tenemos la ladera del volcán y al otro una cuerdita que actúa como baranda (único medio de sujeción).

Nos turnamos con Nacho para llevar a Juli en brazos, porque por motivos obvios no es seguro que ella camine por allí ni siquiera de nuestra mano.

El ascenso nos lleva aproximadamente media hora. El último trayecto yo soy quien lleva a Juli por lo que llego victoriosa a la cima ante las miradas un poco confundidas de los presentes: es que un cráter de un volcán activo no está en la lista de los lugares donde uno esperaría ver a una bebé.

Observando el cráter no puedo evitar pensar qué pasaría si al Vesubio se le ocurriera entrar en actividad en ese momento: es que tenemos los asientos VIP para un show de pirotecnia que no me interesa presenciar ni hoy ni nunca.
Caminito
Vista de la Bahía de Nápoles

Cráter del volcán
Lo más increíble de todo es que se puede ver humo emergiendo de las entrañas de la roca: lo que nos recuerda que es real y que lamentablemente algún día volverá a hacer estragos.

Estamos a 1280 mts. de altura y desde aquí podemos ver claramente el desastre que sería tener que evacuar a las 600.000 personas que viven en las cercanías del monte.
En la cima escuchamos atentos el relato de uno de los guías gratuitos que ofrece el parque, en un inglés con demasiado acento italiano. Nos deja un poco más tranquilos diciendo que el Vesubio está sumamente monitorizado y que para que pase algo, primero tienen que haber ciertas señales.

Nos explica que los habitantes de Pompeya murieron por asfixia en la erupción que tuviera lugar en el año 79, mientras nos señala la ubicación de las ruinas.
Juli a 1280 mts. de altura
¡Prueba superada!
Disfrutamos un poco más la vista; Sonia aprovecha a comprar algunos souvenirs (en la cima te venden un kit de piedritas autóctonas); mientras vamos llamando a Pocho que está dándole la vuelta al cráter.

La bajada la hacemos más rápido pero hay que tener cuidado en dónde se pisa, por tanto me ofrezco como catadora de camino y voy derrapando unos metros más adelante sirviendo de contraejemplo a seguir. El descenso en el camioncito no es menos vertiginoso que la subida, pero al estar acostumbrados, nos parece más llevadero.
Hacemos cambio de transporte tomando el shuttle (previo haber recuperado el cochecito de Juli) y regresamos hacia Pompeya prontos para explorar la ciudad. Ahora el Vesubio se ve a la distancia... tal como lo contemplaron hace 2.000 años esas pobres almas.

Ida hacia Pompeya - Nápoles, Italia

Biglietto Regionale
Campiña tana
Hoy es uno de esos días en los cuales no importa si el despertador suena demasiado temprano. Es que conoceremos Pompeya y el Vesubio. A decir verdad me siento bastante ansiosa y no veo la hora de ponernos en marcha.

También estoy un poco nerviosa dado que tengo la responsabilidad de hacernos llegar a destino en base a mis averiguaciones por Internet.

Nos tomamos el primer tren desde Roma Trastevere a Roma Termini y desde allí otro que nos conduzca hacia la ciudad de Nápoles. El tramo hasta Napoli – Centrale dura una hora y diez en un tren rápido y alrededor de 2 horas y media en uno común. Como la diferencia monetaria es muy significativa elegimos descender a través de la bota en cámara lenta.

Llegamos a Nápoles alrededor de las 11 y hacemos una parada técnica para tomar un desayuno tardío o un almuerzo tempranero, depende como se quiera mirar.

No hay mucha variedad por lo que terminamos pidiendo una porción de pizza. Con intenciones de comprar algo más suculento para el verdadero almuerzo es que nos animamos a abandonar la estación de trenes y caminar unas cuadras, dejando a Juli con los abuelos.
Una vez había leído que si uno quiere sentir la verdadera Italia tiene que conocer Nápoles. También se dice que “para muestra basta un botón” y la sensación que me dejaran mis 15, 20 minutos en tierras de Cavani no fue positiva: desorden, suciedad, inseguridad.

Tal vez estoy siendo injusta con una ciudad que casi no conozco, pero sinceramente lo único que quería era irme rápido de allí.

Terminamos comprando unas milanesas al pan (paradójicamente no napolitanas) nuevamente en la estación, ya que afuera nada conseguimos. 
Arribo a Napoli - Centrale
Estación Napoli - Garibaldi
El tren para Pompeya sale desde la estación Garibaldi; ambas estaciones se encuentran comunicadas así que relativamente rápido estamos en el andén.

Con cuidado de no equivocarnos de tren (no es el único que pasa en esa vía) nos sentamos a esperar. Pocho y Sonia se hacen amigos de un muchacho que también va a Pompeya, es jugador de football por lo que la espera transcurre hablando de Edinson, La Tota, Diego, Luisito… en realidad la misma charla que siempre surge desde el momento en que decimos que somos uruguayos.
Nos tomamos el tren y dista bastante de todos los que veníamos tomando… para empezar está todo graffiteado y para continuar va repleto; nadie es capaz si quiera de mirarnos con tal de no darnos el asiento.

Luego de unas cuantas paradas evalúo abrir el cochecito al menos para que la bebé vaya sentada; no me entusiasma la idea de ir 40 minutos con ella de brazo en brazo. Por suerte se libera un asiento y allá van Nacho y Juli; yo mientras tanto me dedico a observar a mi alrededor.
Andén fantasma
Si tuviera que quedarme con un recuerdo de ese tren bien podría ser este: un niño de 6, 7 años medio sucio, con su acordeón maltrecho tocando y cantando “Funiculi, funicula, funiculi, funiculaaaa” por unas monedas. Obviamente nada en su presentación estaba librado al azar y claramente apuntaba a un público objetivo… nosotros los turistas.

Es que en el tren se combinan 2 realidades fácilmente identificables: los extranjeros con mochilas, gorros, guías y mapas, ansiosos de tener un día de aventuras y la de los lugareños, personas de poder adquisitivo medio-bajo que encaran el día para ir a sus trabajos en medio de pueblitos que nadie conoce.

A medida que avanzamos el tren se va vaciando y ya todos vamos sentados. Y de un momento a otro aparece ante nuestros ojos (aletargado pero no dormido) el Vesubio: señal inequívoca de que Pompeya está cerca.

lunes, 15 de abril de 2013

Desafiando a la Ley en Piazza Navona - Roma, Italia

Dado que las catacumbas ya están cerradas, decidimos bajar la comida realizando una caminata hasta el Castel Saint’Angelo. No tenemos suerte, éste tampoco está abierto así que continuamos hacia Piazza Navona por un helado. Y en este lugar ocurre algo increíble: casi voy presa por culpa de una cartera Louis Vuitton trucha.

Al llegar a la plaza vemos que está lleno de vendedores ambulantes (de procedencia presumiblemente africana) que ofrecen todo tipo de carteras. Antes de irme de viaje mi madre me había encargado una, por lo que en cada oportunidad que se me presentaba sacaba a relucir mis dotes de regateadora (aprendidos en tierras de Tutankamón y consolidados en tierras de Mao) para quedarme con el botín.

La cartera que me ofrecían a 50 euros rápidamente la bajaba a 10 con la esperanza de que quedara en 15: ese era mi objetivo. Dependiendo el producto podía considerar que me la subieran a 20, pero a sabiendas que me estaban robando. Así que ante mis ojos desfilaban las mejores marcas: Chanel, Prada, Louis Vuitton, todas obviamente no originales.

Luego de varias idas y vueltas finalmente salgo ganando y obtengo mi cartera por 15 euros. Pero mi momento de gloria no duraría demasiado: una mujer policía se me acerca a los gritos diciéndome que tengo que pagar una multa de 200 euros por no comprar en negocios establecidos.
Castel Saint´Angelo
Piazza Navona

Automáticamente me escudo en mi condición de turista y le respondo que si quiere controlar la venta ilegal comience con los vendedores que están por toda la plaza. Haciéndole honor a sus raíces la tana me sigue gritando y me empieza a increpar acercándose a menos de un metro de distancia. A esa altura yo ya había perdido un poco la objetividad (saliéndome la Guillenea etarra de adentro) y cada vez que me decía de la multa yo le respondía: “¿Lo qué? ¿Y quién dice que tengo que pagar eso?”, a lo que ella respondía… “Io chi sono la polizia” (Yo que soy la policía).

Fontana del Nettuno
Incrédula miraba alrededor, como si esperara que me dijeran que era una broma para Tinelli… es que aquello no tenía sentido; los propios vendedores ambulantes se reían haciéndome gestos de que la mujer estaba loca. Así que comencé a escabullirme entre la gente mientras la señora seguía hablando sola.

Nunca sabré si realmente estuve cerca de ir tras las rejas por desacato o si todo aquello era un circo armado para aprovecharse de algún turista vulnerable. Por suerte no pasó a mayores y un rato más tarde estaba disfrutando de mi helado en un banquito, mientras el diseñador de Chanel, Karl Lagerfeld hacía aparición en la plaza generando conmoción entre la gente.

Volvemos a casa agotados, pero con la sensación de haber disfrutado al máximo del día. Luego de descansar un poco y tomar la cena ya estoy pronta, Ipad en mano, para planificar nuestro siguiente destino: Pompeya.