miércoles, 1 de mayo de 2013

Cruzando el charco – Buenos Aires, Argentina

Hay una cosa que tengo muy clara en la vida y es la siguiente: si uno quiere algo tiene que luchar para conseguirlo. Y parece que llegar a Montevideo no es la excepción a la regla.

Llegamos a Ezeiza y una funcionaria de Aerolíneas nos intercepta en el camino diciendo que hubo cambio de máquina, que le entreguemos los boarding-passes ya que los que tenemos en nuestro poder no sirven más.

En esos momentos luego de un vuelo de 14 horas, uno no cuestiona mucho, ya que está más preocupado de volver a sentir las piernas y estirarse, así que se los entregamos. La mujer muy tranquilamente los rompe ante nuestros ojos y nos entrega los nuevos.

Pero… ¡me quiero morir cuando veo que la hora de partida es a las 5 de la tarde! Son las 8 y media de la mañana… no podemos perder todo el día, estando tan cerca de casa.

Automáticamente nos empezamos a quejar, no entendemos el porqué del cambio: nuestro vuelo sale de Aeroparque a las 10:50.

Un matrimonio uruguayo se une a nuestra causa, pero vemos que no vamos a lograr nada… tenemos que llegar a Aeroparque lo más rápido posible y ganar la batalla allí.

Así que una vez más… a correr. Todos los minutos cuentan.
Buenos Aires - Montevideo

En la cola de Migraciones tenemos preferencia por ir con Juli, así que salteamos a varias personas. Mientras los demás recogen las valijas yo voy hacia las máquinas de rayos donde controlan el equipaje y les pido si podemos utilizar la que se destina sólo para la tripulación del avión, la cual está vacía y me lo autorizan.

Por tanto estamos fuera en 15 minutos en vez de en media hora o más, que es lo que nos hubiera tomado el procedimiento normal.

La aerolínea nos había pago el transporte desde Ezeiza a Aeroparque, y allí residía el problema: obviamente que nos habían contratado el más barato y más lento (demoraba 1 hora y media entre aeropuertos) por lo que de esta manera nunca íbamos a llegar en hora y por eso el cambio de vuelo.

Como no tenemos intenciones de quedarnos hasta la tarde en Argentina, decidimos tomarnos un par de remises. He realizado este trayecto en otras oportunidades, y dado que es 1ero. de Mayo y son las 9 de la mañana no creo que demoremos más de 40 minutos en llegar.

Al momento de abonar nos damos cuenta que sólo tenemos euros: originalmente nuestro vuelo salía directo desde Ezeiza y en Roma nos informaron del cambio. Pero Sonia increíblemente había llevado pesos argentinos. Me pregunto por qué, si sólo íbamos a estar de pasada en Argentina. Lo cierto es que al tener la plata en la mano ahorramos tiempo… pagamos y salimos.

Mientras vamos yendo sólo espero que el vuelo no esté lleno, porque en realidad no tenemos más nuestros boarding-passes, así que en la práctica no tenemos asientos.

Llegamos a Aeroparque faltando sólo 15 minutos para que cierren el vuelo… no hay problemas con los asientos, hay lugar: una vez más todo salió bien.

¡Espacio Aéreo Uruguayo!
Realmente estoy muy cansada... las últimas 24 horas han sido moviditas. Pero todo el cansancio se desvanece cuando anuncian que estamos prontos para aterrizar en Carrasco.

No veo la hora de salir y encontrarme con mi padre que nos espera. Pero sobre todas las cosas no veo la hora de que él vea a Juli.

Estoy feliz de volver. No era un viaje fácil y tenía mucho miedo… me sentía responsable de muchas cosas. Era un desafío viajar con Juli, y creo que lo superamos con éxito: hicimos todo lo que nos habíamos propuesto, disfrutando cada día al máximo.

Salimos y allí está Tata Antonio emocionado de volver a vernos. Tía Jime está en camino al aeropuerto para llevar a los abuelos: todos no entramos en un auto. En la tarde luego de un pequeño descanso nos esperan Yaya Susy, Yaya Beba, Pablis, Ceci y Rodri para escuchar cuentos y comer algo rico.

Y así, muy despacio (a ritmo de feriado) aquel Montevideo lejano se va convirtiendo en realidad.

Volver al hogar... cuando viajaba tenía conmigo un recorte de una revista que decía “Hogar… TÚ lugar en el mundo”. En él encontraba la fuerza necesaria para seguir adelante, porque no importaba qué ocurriera, sabía que me estarían esperando con un bizcochuelo relleno de dulce de leche.

¡Qué lindo es volver al pago!… entre risas, besos y abrazos.

- Fin -

martes, 30 de abril de 2013

Arrivederci - Roma, Italia

El vuelo hacia Roma transcurre con tranquilidad… esa misma calma que antecede a la tormenta: una vez en tierra firme tenemos tan solo 1 hora y media para alcanzar el vuelo hacia Buenos Aires.

Teniendo en cuenta las dimensiones de Fiumicino esto es un problema… estamos hablando de un aeropuerto en el cual para ir de una terminal a otra hay que tomarse trenes.

Así que estamos con las valijas prontos para salir a toda máquina, cuando tenemos un inconveniente: el cochecito de Juli no aparece.
Paris - Roma

Estamos en la cinta de “equipaje sobredimensionado” ya que todos los vehículos de bebés los entregan por allí, pero pasan los minutos y nada. 

Llamamos a unos funcionarios para ver si pueden revisar atrás de las cintas y nos dicen que ya no queda más nada de nuestro vuelo, que tenemos que ir a Atención al Cliente. Perfecto… ¡con lo apurados que estamos!

Igual no nos queda otra, y hacemos el reclamo. En este trámite perdemos como veinte minutos de nuestro tan preciado tiempo, para que nos informen que el cochecito nunca salió de Paris, que hubo una equivocación y que lo enviarán a casa.

¿¡A casa!? En este momento es bastante surrealista pensar que un día llegará el cartero con el cochecito: creo que nunca más lo volveremos a ver.
Terminales interminables

Y ahora… a correr. A buscar el mostrador de Aerolíneas Argentinas con la esperanza de no haber perdido el vuelo.

Luego de viajar en tren, recorrer escaleras mecánicas y una infinidad de mostradores de otras aerolíneas, finalmente lo vemos a lo lejos. Y está sospechosamente vacío.

Roma - Buenos Aires
Automáticamente pensamos que perdimos el vuelo. Pero como todo lo sucedido en el día lo que comienza mal, termina con final feliz: el vuelo está retrasado varias horas.

Debe ser la primera vez que este tipo de noticia me pone contenta. Es que si hubiera salido en hora, simplemente lo perdíamos. Y no era una sensación mía, los funcionarios del aeropuerto opinaban lo mismo.

Para compensarnos por la espera, tenemos la cena paga: 2 pedazos de pizza y una bebida. Así que cenamos tranquilos, esperando no tener más sobresaltos por el día.

Las horas pasan y abordamos el avión. Con tantos nervios en tan pocas horas estamos agotados y no pasa mucho rato para que caigamos rendidos en los brazos de Morfeo.

Dormimos prácticamente todo el viaje; en mi caso esto no es del todo bueno… me da miedo despertarme con trombosis al no haber caminado hace horas. Por suerte ya tomé mi "aspirina turística" y llevo mis medias especiales, que se encargan de minimizar este riesgo.

Juli se porta divino, y a pesar que no es muy cómodo tener a una bebé atravesada en el asiento durante horas, a esta altura ya nos parece normal.

De a poco vamos regresando a lo nuestro: se escucha hablar en español por todos lados y la marca de la mermelada del desayuno es Arcor.

Llegamos a Buenos Aires. Sólo resta cruzar el charco para dar por finalizada nuestra aventura.

Au revoir - Paris, Francia

Llegó el momento de regresar. Me encantaría que fuera como en Star Trek y que pudiéramos materializarnos en Montevideo. Pero la realidad indica que nos espera un largo camino a casa:
Paris – Roma, Roma – Buenos Aires, Buenos Aires – Montevideo.

Nos reencontramos con Lúcio, el dueño de casa, quien nos indica cuál es la mejor manera de llegar al aeropuerto de Orly.

Cuando estamos en la puerta del apartamento pasa una vecina… una señora mayor que al vernos con todo el campamento exclama sorprendida… ¡¿Todos ustedes estaban allí?!

Y sí… aprobamos con éxito la prueba de convivir 4 adultos, 1 bebé, 4 valijas, 3 mochilas, 1 bolsito maternal, 1 carry on y un cochecito durante 8 días, en un lugar que, de no ser de Lúcio, seguro sería la portería del edificio.

¿Volvería a hospedarme aquí? Totalmente.

En este apartamentito ví como Juli se hacía grande dejando su tan amado tete, y cómo comió una banana cortada en rodajitas con un tenedor, completamente sola por primera vez. 

También vi cómo lográbamos cenar en una mesita de medio metro por medio metro, todos juntos. Y cómo nunca hubo ni un problema para ver quien se bañaba habiendo sólo 1 baño.

En definitiva aquí todos crecimos y maduramos un poquito, siendo flexibles con los demás para hacer que todo resultara de la mejor manera posible.
Boulevard de Grenelle

Así que con la nostalgia propia de la partida dejamos el Boulevard de Grenelle, para dirigirnos hacia Denfert-Rochereau, desde donde sale el Orlybus.

Este ómnibus es como el CA1: va y viene una y otra vez al aeropuerto desde la estación. El viaje dura aproximadamente 40 minutos y cuando queremos acordar estamos llegando a la terminal Sur. Nos bajamos del bus, entramos al aeropuerto y a partir de este momento… stress. 

Nacho que viene unos pasos más atrás me pregunta… ¿Vos tenés mi mochila? Antes que pudiera responderle empieza a correr: mi cara de pánico es más que elocuente. Obviamente que yo no llevo SU mochila: es parte de su equipaje, no del mío. Entre tantas valijas, la había dejado olvidada en el Orlybus.

Años de viajes me enseñaron una regla de oro: sin las “3 pes” no se puede viajar. Mis padres repetían incansablemente antes de llevarme al aeropuerto: “¿Llevás las 3 pes? Pasaje, Pasaporte y Plata”. Si tenés el pasaje y el pasaporte, todo lo demás se arregla con plata. Y como sé lo importante que son estos elementos, los llevo todos conmigo en la riñonera de abajo del pantalón. En ese sentido estoy tranquila.

Dejo a Juli con los abuelos y salgo corriendo atrás de Nacho, mientras voy recordando todo lo que había en la mochila: alguna ropa de Juli, la mema, las almohaditas para el avión, y nada más ni nada menos que el notebook y el iPad.

El Orlybus ya partió y nuestra estrategia es ir tras él en un taxi hasta Denfert-Rochereau. El problema es que ningún taxista nos entiende; con una tranquilidad desesperante se llaman entre ellos y en un francés cerrado tejen todo tipo de hipótesis sobre lo que queremos hacer. 

El inglés no funciona, el español tampoco y francés… nunca tuve en el liceo. Cada minuto que pasa disminuyen las probabilidades de encontrar la mochila. Gestos junto a palabras clave sueltas dan resultado y el taxista se decide a llevarnos.

Mientras perseguimos al ómnibus, sufro pensando en que podemos perder todas las fotos del viaje.

Luego de unos 15 minutos que parecen eternos, llegamos a Denfert-Rochereau, y en ese momento está volviendo a partir un Orlybus. Lo único que recordábamos era que el chofer de nuestro bus era moreno. Y el del ómnibus que estaba partiendo lo era, así que salimos disparados como flechas a perseguirlo.

Parecemos un par de locos corriendo al costado del bus, mientras le golpeamos la puerta al conductor pidiéndole que detenga la marcha. El chofer cada vez acelera más, hasta que en el momento en que ya lo vamos a dejar ir porque no podemos correr tan rápido, para. Le explicamos la situación y Nacho sube a revisar, pero así como sube, baja: allí no hay nada.

En eso miramos hacia atrás, y otro ómnibus está pronto para partir. Nacho sale corriendo, mientras yo me quedo con el taxista que, como no le habíamos pagado, piensa que lo vamos a estafar y está a los gritos en la calle.

Luego de 1 minuto que parece una hora regresa… ese era el ómnibus y el chofer dice que efectivamente encontraron una mochila y la dejaron en la Terminal Norte… ¡en el aeropuerto!

Lo bueno de todo esto es que el conductor se comunica con el aeropuerto avisando que el dueño apareció y está yendo a buscar la mochila.

Felices nos volvemos a subir al taxi y nos dirigimos nuevamente a Orly. Igual todavía no queremos cantar victoria: una cosa es que te devuelvan la mochila y otra es la mochila con todo su contenido.

Toda esta odisea nos está saliendo un poquito cara: los euros no paran de acumularse en el taxímetro.

Una vez en la terminal, Nacho va por nuestras pertenencias mientras yo me quedo con el taxista… a su vez Juli y los abuelos nos están esperando en otra terminal diferente.

Unos minutos más tarde veo que vuelve victorioso, con una sonrisa de oreja a oreja: recuperamos todo.

El pequeño gran episodio nos consume 1 hora de nuestras vidas, así que, si bien habíamos salido con bastante margen, no hay tiempo que perder: un avión nos espera.

lunes, 29 de abril de 2013

Mont Saint-Michel - Normandia, Francia

Finalmente ha llegado el día que tanto esperaba… hoy conoceremos el Mont Saint-Michel.

El despertador suena excesivamente temprano: a las 5:25 estamos recuperando la conciencia. No hay demasiadas alternativas ya que a las 7 de la mañana tenemos que estar en la agencia desde donde sale el tour.

Hacer un viaje de 4 horas y media en ómnibus para ir, y otras tantas para volver con Juli me genera bastantes dudas, pero “el que quiere celeste que le cueste” dice el dicho.

Nuestra guía se llama Camila y nos informa que en las 2 primeras horas podemos descansar tranquilos; luego haremos una pequeña parada para ir al baño, tomar y comer algo, y en las últimas 2 horas irá haciendo explicaciones.

Esta distribución no me gusta nada, veo a la legua lo que va a ocurrir: Juli va a dormir plácidamente el primer tramo, luego se va a despertar cuando bajemos en el Parador, y las explicaciones las trataremos de escuchar entre llantos.
Pero la idea es vivir el momento, así que mientras reina la paz, disfruto del paisaje que nos brinda la campiña francesa.

Mirando por la ventana tengo esa sensación de "esto ya lo viví" e inundan mi mente recuerdos de viajes solitarios por estas tierras: solía ir de ciudad en ciudad muchas veces sin más compañía que mi baguette de atún, mi portaraquetas y mi compact disc que reproducía incansablemente un CD de Falta y Resto.

Era lo único que lograba mitigar un poco la distancia y la extrañitis aguda: dos constantes por aquellos días.
En algún lugar de Normandía
Vuelvo a la ruta… así como en Uruguay tenemos el inconfundible cartel con una vaca dibujada (para advertir al conductor que en esa zona puede haber peligro de que cruce ganado) aquí en Europa tienen un ciervo… ¡qué glamour!

Sin habernos cruzado con algún Bambi, llegamos al Parador, y en media hora estamos nuevamente en camino.

Todos mis vaticinios se confirman: Juli está despierta y no tiene intenciones de dejar escuchar las explicaciones de la guía. Igual ocurre un fenómeno extraño: cuando Camila explica en español no hay problemas, pero cuando comienza a hablar en inglés, Juli rompe en llantos.

Tratamos de calmarla como podemos y eventualmente va pasando el tiempo hasta que estamos a 15 minutos de llegar. Apronto la cámara, no me quiero perder la foto del Monte apareciendo a lo lejos.

En paralelo observo que Juli está un poco rara… como si el continuo bamboleo del ómnibus y la pizza de la noche anterior no estuvieran haciendo buenas yuntas.

Y efectivamente es así: cual si fuera una escena de “El Exorcista” empieza a vomitar a diestra y siniestra. No voy a entrar en detalles pero lo que sé es que el chino del asiento del costado seguramente debe haber tenido que lavar la campera al volver del paseo.

El Monte y sus corderitos
Dejo la cámara a un lado, estamos en situación de emergencia. Entre medio de toallitas húmedas y papel higiénico veo el Monte.

Parece que hubiera sido un espejismo ya que los recovecos de la ruta lo ocultan y sólo unos minutos después vuelve a aparecer ante nuestros ojos.

Podemos ver los típicos corderitos de carita morada pastando totalmente indiferentes, como si se hubieran aburrido de ver a esta mole de piedra que se eleva sobre el horizonte.

Llegamos, hay que tomar el shuttle que nos conduce desde el continente hacia la isla. Antes cambiamos rápidamente de ropa a Juli: por suerte siempre llevo un set de repuesto.

El shuttle nos deja a unos 500 metros del Monte… a medida que avanzamos vamos quedando chiquititos.

Según los cálculos hace un par de horas que llegó la marea, así que tiene sentido ver la isla rodeada de agua.

En teoría más tarde cuando nos vayamos de aquí, la marea va a ir retrocediendo, dejando al descubierto peligrosos sectores de arenas movedizas.

La carretera siempre permanece por encima del nivel del agua, pero corta su curso, así que actualmente están construyendo un puente para no interferir con la Madre Naturaleza.
Mont Saint-Michel

Es fabuloso pensar en cómo habría sido este lugar hace 10 siglos cuando no había nada alrededor y este sitio de peregrinaje y oración quedaba aislado del continente.

Objetivo: ¡subir a la Abadía!
Vista desde la terraza
Empezamos el ascenso entre medio de tienditas de souvenirs, hasta pasar por el típico hotel de La Mère Poulard el cual se caracteriza por preparar el plato del Monte: una especie de tortilla media cruda.

Pero nuestro objetivo es subir hasta la Abadía, así que continuamos caminando.

Llegamos a un punto en donde hay muchos cochecitos de bebé estacionados, por lo que es una señal clara: a partir de aquí escaleras.

Dejamos el cuatriciclo en el parking improvisado y seguimos. Esto de dejar el cochecito abandonado ya lo habíamos experimentado en Disney, y la realidad es que nadie quiere robarse un bebemóvil, al menos en estas latitudes.

La abadía es impresionante y también lo es la vista que se obtiene desde su terraza. Pasamos varios minutos contemplando el paisaje… tratamos de sacar fotos que hagan justicia a lo que estamos viendo.

Cuesta procesar lo que estoy viviendo… realmente estoy en la cima del Mont Saint-Michel, aquel que desde chiquita veía en fotos de libros y me llenaba de asombro. Es uno de esos lugares mágicos del planeta.

En épocas anteriores era el hogar de monjes benedictinos, los cuales pasaban 8 horas del día rezando y cuando almorzaban lo hacían en completo silencio.

Es fácil imaginar la paz que se encontraba entre estos muros, en especial cuando se pasea por el claustro.

Parece que nos encontramos sumergidos en algún pasaje de “El nombre de la rosa” de Umberto Eco.

Juli, completamente recuperada del episodio del ómnibus, está de parabienes: quiere subir y bajar las escaleras una y otra vez.

Apuramos el paso ya que tenemos que estar 15:30 en el punto de encuentro y sólo faltan 20 minutos.

Mientras vamos bajando me percato que efectivamente hay menos agua rodeando el monte, por lo que se pueden ver aventureros (acompañados de guías expertos) avezarse por el medio de la bahía que horas atrás estaba totalmente cubierta de agua.

Esto hay que hacerlo con mucho cuidado ya que toda la zona tiene arenas movedizas: elemento que logra darle otro toque de misterio a este lugar.
Juli benedictina
Claustro

Cuando vamos llegando a la salida, compramos un sandwiche de pollo y un kebab que terminamos comiendo mientras se vuelve a reunir el grupo.

Es momento de irnos; valió la pena el sacrificio de trasladarnos hasta aquí. Tenía muchísimas expectativas de conocer este lugar, y realmente creo que fueron superadas por la realidad. Ahora sí, mi viaje terminó, no puedo pedir más.

Pero cuatro horas y media después, cuando pensaba que ya estaba pronta para arreglar las valijas, se presenta una oportunidad más: en una hora sale un bus para recorrer Paris iluminado. Y como si no pudiéramos despedirnos de esta hermosa ciudad, aceptamos.

Arbolito de Navidad
Ante nuestros ojos desfilan todos los monumentos, puentes, museos y plazas pero vestidos de gala, recordándonos porqué Paris es la ciudad luz.

Y como broche de oro, ella… nuestra compañera incondicional de toda la semana: la Torre Eiffel.

Ya la habíamos visto iluminada antes, pero nos sorprende con su último gran acto… en determinado momento comienzan a prenderse y a apagarse randómicamente cientos de lucecitas, dando la sensación de que estamos ante un arbolito de Navidad gigante.

Ya no podemos más, hace 18 horas que estamos despiertos. Nos vamos a la cama con solamente un pensamiento… “Siempre nos quedará Paris”.

domingo, 28 de abril de 2013

Torre Eiffel – Paris, Francia

Es Domingo y estamos en Paris... así que nada mejor que ir a la Torre Eiffel para comenzar el día.

La dama de hierro se vislumbra prácticamente de todos lados, pero hoy no nos conformaremos con una vista lejana: contemplaremos la ciudad desde el mirador de la torre.

Hace muchísimo frío y tenemos que hacer cola para acceder al ascensor que nos llevará hasta el 2do. piso.

Los más aventureros si quieren pueden subir alrededor de 700 escalones y llegar al mismo lugar; si son de espíritu fuerte también pueden completar los 1100 escalones restantes para acceder a la cima.

Torre Eiffel desde abajo
Mientras hacemos la cola veo pasar algunos militares armados que me llaman la atención, pero supongo que siempre están allí por lo que no me preocupo demasiado.

El ascensor está por llegar cuando una turista le pregunta al hombre que controla la entrada "¿Porqué hay militares y policías en la vuelta?". La respuesta (en un inglés totalmente afrancesado y acompañada de un gesto con la mano) es simple…  dice “Bomb” y sigue cortando tickets tranquilamente.

La cara de la señora cambia drásticamente denotando nerviosismo y le pregunta “Where?”. El hombre levanta la vista medio molesto, se limita a señalar el pilar sur de la torre y continúa con su tarea.

En ese momento se abren las puertas del ascensor: es nuestro turno. Realmente lo que acaba de pasar es demasiado extraño para ser cierto y nadie parece inmutarse al respecto, así que vamos hacia el elevador cual vacas hacia el matadero.

Subiendo
Lo único que pienso es que si llega a ocurrir un atentado no tenemos chance de sobrevivir y confío en que todo saldrá bien, dado que ya no hay vuelta atrás.

Comienza el ascenso en diagonal por la pata de la torre. Toda la estructura es fabulosa así como también los cables de acero que nos llevan a paso acelerado hacia arriba.

Llegamos al 2do. piso y la vista ya impresiona, pero no nos detenemos demasiado y hacemos cola para tomarnos el ascensor que nos lleve “to the top”.
Vista desde el mirador
Ahora sí, a 280 metros de altura, Paris se rinde a nuestros pies: el Arco del Triunfo parece la Puerta de la Ciudadela, los Bateaux Mouches de juguete y las personas hormiguitas.

Por suerte el mirador es cerrado y tiene calefacción. Cada tanto puedo percibir un movimiento minúsculo, probablemente fruto de mi imaginación.

Como dato curioso, arriba de los ventanales y en todo el contorno del mirador hay un cartel donde se comparan las edificaciones más altas de cada país contra el metraje que tiene la Torre Eiffel.
Da mucha gracia ver que la representante de nuestro querido paisito es la antena de Canal 10 con 185 metros.

Pero lo que me llama aún más la atención es que para Argentina dice “Tour Espacial” con 208 metros; no tengo ni idea a qué hace referencia.

Subiendo una escalera se accede a un mirador abierto que tiene 2 grandes atracciones.

La primera es el apartamento de Gustave Eiffel... es divertido pensar que este hombre invitaba celebridades aquí arriba.

Para escenificar mejor la situación es que hay unos muñecos de cera representando una charla entre Eiffel y Thomas Edison.

¡Cómo creció Juli en el viaje!
Mirando cuadros y fotos nos enteramos de que la torre fue construida para la Feria Universal de 1889, su color original era el amarillo y que la idea era desarmarla luego que terminara el evento (¿¡ estamos todos locos?!). Finalmente no lo hicieron: fue una decisión acertada.

La segunda atracción es un barcito que vende copas de champagne para celebrar el ascenso. En realidad son triangulitos invertidos que simulan la silueta de la torre y valen la módica suma de 15 euros.

Lo bueno de este mirador es que se pueden sacar fotos sin tener que atravesar el vidrio grueso y poco transparente del de abajo; lo malo es que hace demasiado frío para permanecer más de 5 minutos aquí arriba.

Emprendemos la retirada… todavía nos queda un rato de cola para descender.

Entre pitos y flautas nuestra pequeña aventura nos llevó alrededor de 3 horas y aún no pudimos almorzar. Así que hacemos una especie de almuerzo-merienda en un Subway y nos recluimos en el apartamento.

El viaje se nos va escapando de las manos ya que en 2 días nos tomaremos el avión. Estamos un poco cansados de tanto trajín… a decir verdad ya queremos regresar.

Tenemos la tarde libre y aprovechamos a hacer vida hogareña. El momento es ideal para nostalgiar al ritmo de Tabaré Cardoso, Larbanois-Carrero, Jaime Roos, Pitufo Lombardo y el Sabalero; YouTube mediante nos hacemos una panzada.

Con los sentimientos a flor de piel debido a la música, me doy cuenta de cuánto extraño a mi familia y amigos. Pienso en esas cosas que sólo extraña el que está lejos del hogar... echo de menos tomarme el ómnibus y comer dulce de leche.

Y una vez más, confirmo lo cruel que puede llegar a ser el destierro.

Realmente no cambio por nada del mundo a Uruguay... obviamente que hay lugares fabulosos, pero quiero conocerlos únicamente estando de vacaciones y siempre retornar a mi Montevideo querido.

Es media tarde, y todavía hay una foto que quiero sacar: la Torre Eiffel vista desde el Trocadero. Hace mucho frío para volver a salir con Juli así que se queda con los abuelos a resguardo.

Es el primer paseo que hacemos solos y nos parece mentira no estar llevando el cochecito. Nos sentamos en unos banquitos a orillas del Sena a disfrutar del momento mientras pasa un Bateau Mouche.

Charlamos del viaje y nos reímos de todas las anécdotas generadas en estos días.

Despacito nos acercamos al Trocadero para la foto de rigor; la vez que estuve aquí tenía 16 años y en la Torre Eiffel había un cartel luminoso con la cuenta regresiva en días para el año 2000.

No puedo creer que ya estemos en el 2013 y hayamos sobrevivido a las profecías de Nostradamus y los Mayas.

Desde el Trocadero
Nos entretenemos mirando a un grupito de jóvenes que están haciendo skate y andando en rollers. Filmamos algunas pruebas que hacen tratando de saltar una cuerda, para en algún momento podérselas mostrar a mi “X-treme Games lover brother”.

Lucecitas
Seguimos paseando y hacemos un rápido pasaje por una feria estilo la del Parque Rodó para finalmente sentarnos en los Champ-de-Mars a esperar que iluminen la torre.

El frío intenso nos está por ganar en varias oportunidades, pero aguantamos… no todos los días uno puede presenciar algo así.

Y de un momento a otro ocurre: se prenden los focos e infinidad de lucecitas nos regalan una de las postales más lindas del viaje.