martes, 30 de abril de 2013

Arrivederci - Roma, Italia

El vuelo hacia Roma transcurre con tranquilidad… esa misma calma que antecede a la tormenta: una vez en tierra firme tenemos tan solo 1 hora y media para alcanzar el vuelo hacia Buenos Aires.

Teniendo en cuenta las dimensiones de Fiumicino esto es un problema… estamos hablando de un aeropuerto en el cual para ir de una terminal a otra hay que tomarse trenes.

Así que estamos con las valijas prontos para salir a toda máquina, cuando tenemos un inconveniente: el cochecito de Juli no aparece.
Paris - Roma

Estamos en la cinta de “equipaje sobredimensionado” ya que todos los vehículos de bebés los entregan por allí, pero pasan los minutos y nada. 

Llamamos a unos funcionarios para ver si pueden revisar atrás de las cintas y nos dicen que ya no queda más nada de nuestro vuelo, que tenemos que ir a Atención al Cliente. Perfecto… ¡con lo apurados que estamos!

Igual no nos queda otra, y hacemos el reclamo. En este trámite perdemos como veinte minutos de nuestro tan preciado tiempo, para que nos informen que el cochecito nunca salió de Paris, que hubo una equivocación y que lo enviarán a casa.

¿¡A casa!? En este momento es bastante surrealista pensar que un día llegará el cartero con el cochecito: creo que nunca más lo volveremos a ver.
Terminales interminables

Y ahora… a correr. A buscar el mostrador de Aerolíneas Argentinas con la esperanza de no haber perdido el vuelo.

Luego de viajar en tren, recorrer escaleras mecánicas y una infinidad de mostradores de otras aerolíneas, finalmente lo vemos a lo lejos. Y está sospechosamente vacío.

Roma - Buenos Aires
Automáticamente pensamos que perdimos el vuelo. Pero como todo lo sucedido en el día lo que comienza mal, termina con final feliz: el vuelo está retrasado varias horas.

Debe ser la primera vez que este tipo de noticia me pone contenta. Es que si hubiera salido en hora, simplemente lo perdíamos. Y no era una sensación mía, los funcionarios del aeropuerto opinaban lo mismo.

Para compensarnos por la espera, tenemos la cena paga: 2 pedazos de pizza y una bebida. Así que cenamos tranquilos, esperando no tener más sobresaltos por el día.

Las horas pasan y abordamos el avión. Con tantos nervios en tan pocas horas estamos agotados y no pasa mucho rato para que caigamos rendidos en los brazos de Morfeo.

Dormimos prácticamente todo el viaje; en mi caso esto no es del todo bueno… me da miedo despertarme con trombosis al no haber caminado hace horas. Por suerte ya tomé mi "aspirina turística" y llevo mis medias especiales, que se encargan de minimizar este riesgo.

Juli se porta divino, y a pesar que no es muy cómodo tener a una bebé atravesada en el asiento durante horas, a esta altura ya nos parece normal.

De a poco vamos regresando a lo nuestro: se escucha hablar en español por todos lados y la marca de la mermelada del desayuno es Arcor.

Llegamos a Buenos Aires. Sólo resta cruzar el charco para dar por finalizada nuestra aventura.

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