martes, 30 de abril de 2013

Au revoir - Paris, Francia

Llegó el momento de regresar. Me encantaría que fuera como en Star Trek y que pudiéramos materializarnos en Montevideo. Pero la realidad indica que nos espera un largo camino a casa:
Paris – Roma, Roma – Buenos Aires, Buenos Aires – Montevideo.

Nos reencontramos con Lúcio, el dueño de casa, quien nos indica cuál es la mejor manera de llegar al aeropuerto de Orly.

Cuando estamos en la puerta del apartamento pasa una vecina… una señora mayor que al vernos con todo el campamento exclama sorprendida… ¡¿Todos ustedes estaban allí?!

Y sí… aprobamos con éxito la prueba de convivir 4 adultos, 1 bebé, 4 valijas, 3 mochilas, 1 bolsito maternal, 1 carry on y un cochecito durante 8 días, en un lugar que, de no ser de Lúcio, seguro sería la portería del edificio.

¿Volvería a hospedarme aquí? Totalmente.

En este apartamentito ví como Juli se hacía grande dejando su tan amado tete, y cómo comió una banana cortada en rodajitas con un tenedor, completamente sola por primera vez. 

También vi cómo lográbamos cenar en una mesita de medio metro por medio metro, todos juntos. Y cómo nunca hubo ni un problema para ver quien se bañaba habiendo sólo 1 baño.

En definitiva aquí todos crecimos y maduramos un poquito, siendo flexibles con los demás para hacer que todo resultara de la mejor manera posible.
Boulevard de Grenelle

Así que con la nostalgia propia de la partida dejamos el Boulevard de Grenelle, para dirigirnos hacia Denfert-Rochereau, desde donde sale el Orlybus.

Este ómnibus es como el CA1: va y viene una y otra vez al aeropuerto desde la estación. El viaje dura aproximadamente 40 minutos y cuando queremos acordar estamos llegando a la terminal Sur. Nos bajamos del bus, entramos al aeropuerto y a partir de este momento… stress. 

Nacho que viene unos pasos más atrás me pregunta… ¿Vos tenés mi mochila? Antes que pudiera responderle empieza a correr: mi cara de pánico es más que elocuente. Obviamente que yo no llevo SU mochila: es parte de su equipaje, no del mío. Entre tantas valijas, la había dejado olvidada en el Orlybus.

Años de viajes me enseñaron una regla de oro: sin las “3 pes” no se puede viajar. Mis padres repetían incansablemente antes de llevarme al aeropuerto: “¿Llevás las 3 pes? Pasaje, Pasaporte y Plata”. Si tenés el pasaje y el pasaporte, todo lo demás se arregla con plata. Y como sé lo importante que son estos elementos, los llevo todos conmigo en la riñonera de abajo del pantalón. En ese sentido estoy tranquila.

Dejo a Juli con los abuelos y salgo corriendo atrás de Nacho, mientras voy recordando todo lo que había en la mochila: alguna ropa de Juli, la mema, las almohaditas para el avión, y nada más ni nada menos que el notebook y el iPad.

El Orlybus ya partió y nuestra estrategia es ir tras él en un taxi hasta Denfert-Rochereau. El problema es que ningún taxista nos entiende; con una tranquilidad desesperante se llaman entre ellos y en un francés cerrado tejen todo tipo de hipótesis sobre lo que queremos hacer. 

El inglés no funciona, el español tampoco y francés… nunca tuve en el liceo. Cada minuto que pasa disminuyen las probabilidades de encontrar la mochila. Gestos junto a palabras clave sueltas dan resultado y el taxista se decide a llevarnos.

Mientras perseguimos al ómnibus, sufro pensando en que podemos perder todas las fotos del viaje.

Luego de unos 15 minutos que parecen eternos, llegamos a Denfert-Rochereau, y en ese momento está volviendo a partir un Orlybus. Lo único que recordábamos era que el chofer de nuestro bus era moreno. Y el del ómnibus que estaba partiendo lo era, así que salimos disparados como flechas a perseguirlo.

Parecemos un par de locos corriendo al costado del bus, mientras le golpeamos la puerta al conductor pidiéndole que detenga la marcha. El chofer cada vez acelera más, hasta que en el momento en que ya lo vamos a dejar ir porque no podemos correr tan rápido, para. Le explicamos la situación y Nacho sube a revisar, pero así como sube, baja: allí no hay nada.

En eso miramos hacia atrás, y otro ómnibus está pronto para partir. Nacho sale corriendo, mientras yo me quedo con el taxista que, como no le habíamos pagado, piensa que lo vamos a estafar y está a los gritos en la calle.

Luego de 1 minuto que parece una hora regresa… ese era el ómnibus y el chofer dice que efectivamente encontraron una mochila y la dejaron en la Terminal Norte… ¡en el aeropuerto!

Lo bueno de todo esto es que el conductor se comunica con el aeropuerto avisando que el dueño apareció y está yendo a buscar la mochila.

Felices nos volvemos a subir al taxi y nos dirigimos nuevamente a Orly. Igual todavía no queremos cantar victoria: una cosa es que te devuelvan la mochila y otra es la mochila con todo su contenido.

Toda esta odisea nos está saliendo un poquito cara: los euros no paran de acumularse en el taxímetro.

Una vez en la terminal, Nacho va por nuestras pertenencias mientras yo me quedo con el taxista… a su vez Juli y los abuelos nos están esperando en otra terminal diferente.

Unos minutos más tarde veo que vuelve victorioso, con una sonrisa de oreja a oreja: recuperamos todo.

El pequeño gran episodio nos consume 1 hora de nuestras vidas, así que, si bien habíamos salido con bastante margen, no hay tiempo que perder: un avión nos espera.

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