El clima sigue sin cooperar... llueve y hace frío. Pero esa no es razón suficiente para retenernos en el hotel, así que a media mañana ya estamos en la calle. En la tarde nos vamos para Paris por lo que no hay tiempo que perder. Nos separamos de los abuelos: hoy es “día libre”. La primera parada en realidad no es demasiado turística: vamos a la estación de trenes a comprar el boleto del ómnibus hacia Bérgamo, desde donde sale nuestro vuelo. Es que queremos estar tranquilos que vamos a llegar al aeropuerto sin contratiempos. Con los boletos en la mano, ahora sí, nos disponemos a disfrutar nuestros últimos momentos aquí. |
| Obviamente que es sólo para ir a mirar… para ingresar a una de estas tiendas hay que ser multimillonario. Es que no se me ocurre sino quién puede ser capaz de comprar una cartera de 17.000 euros o un reloj de 27.000. Lo peor de todo es que mientras nosotros mostramos la hilacha sacándole fotos a las listas de precios con caras horrorizadas, dentro hay gente comprando. |
Y durante toda la caminata tengo dos pensamientos dándome vueltas en la cabeza. El primero es que hay algo que está muy mal en el mundo: no puede haber gente que gaste 20.000 dólares en una cartera mientras otra se muere de hambre. Y el segundo es que todo es relativo… seguramente para el multimillonario yo soy pobre, y para alguien pobre yo soy multimillonaria. Lo que creo firmemente es que aunque tuviera esa plata para “tirarla” de esa manera, no lo haría: es un tema de principios. Como no voy a solucionar el mundo con mi indignación sigo paseando. |
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Se pone a llover fuerte y es hora de volver al hotel a recoger las valijas. Llegamos totalmente ensopados. Nos acondicionamos un poco y estamos listos para ir hacia el aeropuerto. Los vuelos low-cost por lo general no salen y llegan desde las principales terminales aéreas así que nos olvidamos de Malpensa y nos dirigimos hacia Bérgamo. Mientras vamos en el ómnibus Milán me despide con el afiche de un recital de Green Day que darán en un mes más en el Fiera Milano. Una lástima no haber podido hacer cuadrar el viaje con la gira europea de Billie, pero no me puedo quejar… estoy yendo hacia Paris. Llegamos con tiempo y nos disponemos a hacer el check-in, cuando surge un problemilla: el peso máximo permitido por persona es 15 kilos para el equipaje que se despacha y 6 kilos para el bolso de mano. Esas cifras son un chiste para nosotros y para nuestro pequeño gran campamento itinerante. En un intento desesperado de evitar pagar un disparate de exceso de equipaje logramos que todas las valijas tengan 15 kilos… pero generamos múltiples bolsitos de mano. Como buenos sudacas pensamos que eso ya no va a ser un problema. Logramos despachar las valijas luego de un cansado “Va bene!” por parte de la funcionaria de la aerolínea, que se negaba ver a Pocho abrir y cerrar el cierre por decimosegunda vez para deshacerse de 150 gramos extras. Pero la cruda realidad nos golpea a metros de abordar el avión ya que hay un segundo control, específico para bolsos de mano. Tenemos que aceptar la derrota y pagar 50 euros por pareja. Dentro de todo no nos fue tan mal, de no haber bajado las valijas a 15 kilos hubiéramos tenido que pagar 15 euros por cada kilo de exceso, ascendiendo a una suma de 75 euros per cápita. Viajar en un vuelo low-cost es como ir al Macro: todo lo que no sea estrictamente necesario no existe. Al menos no de forma gratuita: no te dan ni un vaso de agua, te venden absolutamente todo. Algo que nos llamó la atención fue que dentro de la variedad de productos ofrecidos hay hasta una especie de “5 de Oro”. Por suerte el vuelo no es muy largo así que podemos autoabastecernos con los víveres que tenemos en las mochilas. |
Juli pasa bastante entretenida ya que como compañera de asiento tenemos a una muchacha que le sigue la corriente en todo. Y así de a poco Italia nos va diciendo “Arrivederci” y Francia “Bienvenue”. El criterio prevalece, nada de aeropuerto Charles de Gaulle ni Orly, en cambio caemos en una especie de hangar en el medio de la nada que se llama Beauvais Tille. Dado que nadie llega a este lugar con ánimos de quedarse es que hay múltiples ómnibus que te trasladan a Paris. |
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El viaje es de 1 hora y media, pero tenemos un grave problema… nos olvidamos del tete de Juli en el avión. Unos días atrás se había roto el otro que teníamos así que la mano viene complicada: una bebé con sueño y sin tete puede ser una combinación mortal. Luego de 30 minutos (que parecieron 30 horas) de llanto desconsolado y rabietas, finalmente se duerme para alegría de todo el ómnibus. Siendo ya medianoche Paris nos recibe con todo su esplendor… a lo lejos ya podemos ver la Torre Eiffel iluminada. El ómnibus nos deja en Porte Maillot así que nos tomamos un par de taxis hacia Boulevard de Grenelle en donde se encuentra nuestro apartamento. Nos recibe Lúcio, un argentino cincuentón que vive hace 15 años en Francia. Es un alivio poder hablar español con él… a esa hora y con el cansancio que tenemos, tratar de comunicarnos con un francés hubiera sido más complicado. Nos muestra el lugar… la verdad es que es un apartamento bastante chiquito, con suerte llega a los 20 metros cuadrados (de los cuales una cuarta parte es consumida por nuestro equipaje). A mi realmente no me importa (me adapto a cualquier cosa) pero no sé qué tan en gracia les caiga a los demás convivir 8 días en una cajita de zapatos con 1 solo baño. La idea es que vamos a ir allí únicamente para dormir, porque el resto del día estaremos paseando, así que me vuelvo a convencer de que es una buena opción. La ubicación es inmejorable: a media cuadra tenemos la estación de metro Bir-Hakeim, 2 supermercados a menos de 1 cuadra, negocios de todo tipo cerca y si caminamos 20 pasos hasta la esquina tenemos vista a la Torre Eiffel que se encuentra a 500 metros. ¿Qué más se puede pedir? ¡Paris nos espera! ¡Qué emocionante! No veo la hora de acostarme y volverme a levantar para dejarme seducir por la ciudad luz. |
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