lunes, 15 de abril de 2013

Cúpula Basílica de San Pedro – Ciudad del Vaticano, Vaticano

No sé en qué estábamos pensando cuando asumimos que subir a la cúpula más alta del mundo (136 metros de altura) era una actividad familiar. Debimos de haber sospechado que algo andaba mal cuando el guardia nos indicó que no podíamos hacerlo con el cochecito… y sobre todo cuando (dada nuestra insistencia por subir con Juli en brazos) nos hiciera un gesto que se podría haber interpretado como “Entren bajo su propio riesgo”.

Otra señal que desestimamos fue el cartel que indicaba que luego del ascensor, venían 323 escalones… pues déjenme decirles que subir a una cúpula no es “moco de pavo”. Realmente es no apto para claustrofóbicos.

El ascenso se hace a través de un corredorcito un poco más ancho que una persona, en el cual una de las paredes es la fachada de la propia cúpula. Por tanto en determinado momento deja de ser una subida recta y comienza a inclinarse todo hacia la derecha, teniendo que acomodar cuello y cabeza para seguir adelante.

Dado que es un camino de “sólo ida” no tardamos en quedar en fila india y todos desperdigados. En la cabecera van Nacho y Juli, 3 o 4 personas más atrás voy yo y a unos metros de distancia Pocho y Sonia. Ya en este punto no hay lugar para arrepentimientos y lo único que se puede hacer es la gran Johnnie… “Keep walking”.
Cùpula Basílica de San Pedro

¡Hacia allá vamos!
Se van sucediendo los escalones: 50, 100, 150, 200… en determinado momento (cercano a los 300 escalones), la escalera es tan cerrada que perdemos todo contacto visual entre nosotros. Por allá lejos escucho la voz de Nacho diciendo… ¡y ahora hay que subir agarrándose de una cuerda!

Automáticamente me río, pensando que es un chiste y grito la frase hacia atrás para que Yaya Sonia y Tata Pocho se rían también… pero al avanzar un poco más, me doy cuenta para mi asombro de que ¡es verdad! Ante mis ojos veo una escalera caracol diseñada para hobbits que dadas sus dimensiones no cuenta con pared interior: de ahí la necesidad de la cuerda.

Viendo el lado positivo pienso en que no puede faltar mucho más para emerger al exterior dado que sería físicamente imposible avanzar si esa escalera se hiciera más estrecha. Pero por sobre todas las cosas porque 323 escalones no pueden ser eternos. Dicho y hecho: luego de unos minutos Roma se rinde a nuestros pies.

He de decir que vale la pena el sacrificio: la vista es espectacular. Sacamos las fotos de rigor y comenzamos a bordear la cúpula. Una de las primeras cosas que se me vienen a la mente es si está diseñada para aguantar a tanta gente. No cabe un alfiler. Solamente sube una persona si otra baja… y estando arriba sólo se llega hacia otro lugar si otras personas se mueven para generar el espacio.

Piazza San Pietro desde las alturas. Powered by Sokka.
Lo siguiente que pienso es que ojalá nunca nadie necesite ayuda médica ahí arriba, sería imposible que alguien viniera a ayudar antes de la media hora.

Juli a 136 mts. de altura
La propia gente te va llevando hasta que terminamos en la salida ya que se forma una suerte de efecto gravitacional imposible de evitar: como si estuviéramos cayendo en un agujero negro.

Bajan Nacho y Juli, sigo yo, la siguiente es Sonia, pero cuando ve lo que se le avecina proclama la célebre frase: “Ah no… yo para bajar preciso a Papá”. Normalmente este tipo de solicitud no hubiera representado un problema, pero en este caso sí lo era ya que “Papá” estaba en algún lugar de la cúpula… seguramente diametralmente opuesto a nuestra ubicación.

A el guardia que se encarga de mantener el tránsito fluido no le causó mucha gracia la demora, y después de acatar el rezongo en italiano, no tuvimos otra opción que “abandonar” a Sonia en las alturas (esperando que fuera capaz de mantener su vértigo a raya). Unos cuantos escalones más abajo logramos reunirnos nuevamente para dar por finalizada con éxito nuestra epopeya.
No creo estar exagerando al decir que Juli debe haber sido una de las pocas bebés del mundo en realizar este paseo; o leyéndolo al revés… ¡nosotros debemos de ser unos de los pocos padres inconscientes que suben con una bebé en brazos a esta cúpula!

A todo esto y siendo algo más de las 4 de la tarde aún no hemos almorzado, por lo que cambiamos de país lo más rápido posible diciéndole adiós al Vaticano, para que Italia nos reciba con unas lasagnas de merienda.

Otra vista desde la cúpula

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