Realmente no puedo creer que estoy en Pompeya… tantas veces escuché la historia de esta ciudad detenida en el tiempo que me cuesta asimilar que estoy a minutos de conocer sus secretos. Antes de comenzar el paseo decidimos almorzar ya que son las 3 de la tarde. Improvisamos un picnic detrás de la garita de las audioguías para reponer energías y estar listos para comenzar el recorrido. El acceso lo realizamos a través de la Puerta Marina subiendo como podemos el cochecito a través de una callecita empedrada. A Juli no le agrada mucho el traqueteo constante así que no está muy colaboradora… no la culpo pobrecita, entre esto y la subida al Vesubio ya ha tenido bastante por el día. Para colmo de males nos cruzamos con una pareja con un bebé también en cochecito que al mirarnos sólo emite una palabra: “Difficult”. Haciendo de tripas corazón seguimos adelante y llegamos a uno de los primeros templos… la situación no me gusta nada; estoy más preocupada en que Juli se comporte que en escuchar las explicaciones del audioguía y la verdad no estoy disfrutando mucho. Es que tengo tantas expectativas con Pompeya… pero no logro estar en sintonía y eso me frustra bastante. Sin embargo, el destino nos tendría preparado otro desenlace. En toda historia con final feliz hay un mártir y esta no es la excepción: Yaya Sonia nos dice que ella se queda afuera con Juli mientras nosotros recorremos, ya que está cansada y el paseo no le entusiasma demasiado. |
Ahora si ya estamos con todos los sentidos en Pompeya y con el diario del lunes he de decir que fue la decisión correcta. Quedé enamorada de la ciudad: de las historias que esconden sus casas, de sus callecitas empedradas que aún conservan las huellas del paso de los carros, de sus espacios públicos con la vista impresionante del Vesubio como fondo y de muchas otras cosas más.
Me sentí como una niña corriendo por sus calles, buscando los puntos marcados en el mapa. Y el resultado siempre era el mismo… esa necesidad de querer conocer más, porque cada cosa que veíamos era mejor que la anterior.
| De esta manera conocimos la casa del poeta trágico con su increíble mosaico del hall de entrada. En éste se puede leer la inscripción en latín “Cave Canem” (Cuidado con el perro) mientras cobra vida un perro atado de su cadena a través de pequeños cuadraditos de piedra. A pesar que han transcurrido casi 2.000 años, hacemos las mismas cosas, y la escena resulta tan familiar que bien podría ser el cartel de alguna casa del barrio en donde vivo. |
Seguimos investigando la ciudad y nos topamos con una panadería que conserva su horno de pan prácticamente intacto; un poco más lejos se encuentra una taberna y un par de cuadras más allá las termas estabianas. Estas termas son fabulosas: tienen un sector para hombres y otro para mujeres, y en cada uno de ellos podemos encontrar un vestuario con lockers (la primera versión de ellos), una sala con una piscina de agua fría (frigidarium), una con agua templada (tepidarium) y una de agua caliente (calidarium). Todas estas salas provistas de un sistema de calefacción muy sofisticado, seguramente el precursor de nuestra losa radiante. Dentro de las instalaciones también podemos ver una piscina al aire libre así como un gimnasio. |
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| Nadie debería irse de Pompeya sin haber contemplado alguno de los cuerpos (o mejor dicho la silueta en lava fosilizada) de los habitantes de esta ciudad, en sus momentos finales antes que el Vesubio extinguiera sus vidas. Los observamos en silencio, pensando quiénes habrían sido y los imaginamos por un instante recorriendo las callecitas que hoy nosotros deambulamos. Sus expresiones son tan reales que es imposible estar allí sin que se le ponga a uno la piel de gallina. |
Falta poco para que sean las 7 y la ciudad cierre sus puertas… ya me hice la idea de que no vamos a poder llegar hasta el estadio, el cual se encuentra en los límites del mapa. En cambio concentro todas mis energías en localizar el Teatro Chico y el Teatro Grande: Pompeya es un laberinto y todas sus callecitas parecen iguales, pero cada una es diferente y esconde tesoros asombrosos. Suena una sirena y una voz en varios idiomas alerta del cierre inminente; mientras tanto yo corro de un lado al otro para encontrar mi objetivo. Finalmente allí está: un pequeño anfiteatro tan bien conservado que parece que la obra está por comenzar. Nos tomamos unos segundos para sentarnos a disfrutar de una actuación que ocurrió ya hace mucho tiempo y que ahora sólo cobra vida en nuestra imaginación. La sirena nos devuelve abruptamente al siglo XXI y definitivamente ya no hay tiempo que perder, así que vamos en pos de la salida lo más rápido posible. |
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Pero un objetivo es un objetivo, y mientras avanzo sigo descifrando el mapa… el Teatro Grande tiene que estar por allí. A veces uno tiene que tomar distancia de las cosas para apreciarlas claramente, y este fue el caso… a lo lejos pude observar unas hileras de asientos de unas gradas lo que delató la posición del teatro, que todo el tiempo lo había tenido enfrente mio. Sin pensarlo dos veces me pego un pique mientras escucho a Nacho y Pocho decir que es tarde, que nos van a dejar adentro. |
| Y este es uno de los momentos que más atesoro de la visita: voy corriendo entre las rocas, a media luz, con una brisa un poco más fría propia del atardecer que me hace estremecer al encontrarse con el sudor de mi camisa… salto de escalón en escalón con la respiración entrecortada y esa sensación de adrenalina en sangre, hasta que por fin lo veo… un anfiteatro hermoso con capacidad para 5.000 personas. Ahora sí, con el alma rebosante de alegría corro en sentido inverso para abandonar el lugar. Mientras vamos en busca de la salida me pregunto cuántas otras maravillas esconde Pompeya y me hago un juramento silencioso para regresar algún día. |
Estamos cansados pero felices, es que todos sucumbimos ante los encantos de esta ciudad suspendida en el tiempo. Cuando finalmente llegamos al portón de salida, vemos con asombro que tiene un candado y está cerrado… es que ya son las 7 y cuarto. Más allá de la reja se encuentra el mundo tal cual lo conocemos: podemos sentir el ruido de los autos, ver negocios que están cerrando y personas que pasan caminando. En cambio de nuestro lado estamos en un mundo que quedó en pausa, silencioso y que está a punto de obtener 3 rehenes. |
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Pienso en Juli y en Sonia que nos esperan en algún lugar e instintivamente miro para ver qué tan alta es la reja. ¿Realmente la hubiera saltado? Por suerte no fue necesario averiguarlo ya que aparece un guardia y nos deja en libertad. Mientras nos abre la puerta le pregunto si ellos chequean que nadie quede encerrado dentro, a lo que obtengo por respuesta un despreocupado: “La otra vez una turista japonesa tuvo que pasar la noche en los baños”. Este último episodio se suma a todos los vividos anteriormente, terminándole de dar un barniz de aventura a nuestro día. En definitiva era lo que íbamos a buscar originalmente. Nos reencontramos con Juli y Sonia y estamos prontos para regresar. Nos espera un camino largo a casa, que nos permite ir bajando las revoluciones e ir procesando todo lo ocurrido. Llegamos sanos y salvos casi 4 horas después, no sin antes tener alguna dificultad para conseguir transporte debido a lo avanzado de la hora y sin haber tenido alguna peleíta ocasionada por hambre y cansancio extremo. ¿Qué puedo decir? El que quiere Celeste que le cueste… pero… ¡lindo haberlo vivido pa’ poderlo contar! |
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