domingo, 14 de abril de 2013

Foro Romano - Roma, Italia

Antes de continuar la expedición arqueológica comemos un sandwichito de pollo afuera del Coliseo, en una versión italiana de nuestro carrito de chorizos. Es divertido ver cómo los empleados pueden venderte cualquier producto en diferentes idiomas… si me apuran un poco creo que hasta chino saben de ser necesario.

Arco de Constantino
Primavera
Un poco más lejos, en las inmediaciones del Arco de Constantino se encuentra una zona arbolada donde realizo un pequeño “parate” para buscar piñones para Papi. La idea es que los que pueda recoger, les hagan compañía a sus pares nativos de aquí, que reposan en el centro de mesa de la casa de mis padres.

La historia con este fruto seco se remonta a cuando era chica y mis padres en los veranos alquilaban en el balneario Costa Azul. La casita propiamente dicha era bastante modesta, pero volvíamos siempre allí porque la vista al mar era insuperable; el frente era arbolado y colgábamos una hamaca paraguaya desde la cual podíamos contemplar los mejores atardeceres. Los soportes de dicha hamaca eran unos pinos bastante altos, que generosamente nos brindaban sus frutos: piñones.

Mi padre siempre andaba buscando entre los pastitos sus pequeños manjares, aunque para el resto de la familia era como si estuviera comiendo pedregullo. "Las nenas son del padre" dicen... por tanto yo lo ayudaba a encontrarlos y cada tanto le daba el gusto y probaba alguno.

A pesar de todo veinte años después, no tengo muy claro el formato del fruto que estoy buscando: encuentro unas capsulitas marrones que cuadran bastante bien con mi recuerdo de los susodichos y las guardo en el bolsillo.

Por un instante se me viene la imagen de mis padres recorriendo exactamente los lugares que en este momento estoy pisando y esbozo una sonrisa. Pienso en Papi revisando el piso, levantando y pelando un piñón, mientras Mami le pregunta medio preocupada... ¿estás seguro que eso se come no?. Es que una de las características de mi padre es tomar cualquier fruto que vea en un árbol y comerlo sin siquiera lavarlo.

Continuamos el paseo adentrándonos en el Foro Romano. El acceso es muy relajante: un sendero con árboles donde podemos escuchar a los pajaritos cantando, el cual desemboca en el Arco de Tito.

Una vez allí se suceden los monumentos, templos, basílicas y estatuas... aquí se desarrollaba la vida de la antigua ciudad de Roma (comercio, religión, administración de justicia).

Vemos el Templo de Vesta, donde durante siglos perduró una llama eterna. Los romanos pensaban que el fuego encendido estaba fuertemente vinculado con la suerte de la ciudad, por lo que si se apagaba era señal de desgracia. Las encargadas de mantener la llama prendida se llamaban vestales: debían ser vírgenes y dedicar su vida al cuidado del templo. Si el fuego se apagaba, eran castigadas con pena de muerte... en aquellas épocas no andaban con vueltas.
Arco de Tito
Foro Romano

Basílica de Majencio
Sin lugar a dudas una de las construcciones más impresionante es la Basílica de Majencio. Admirando las bóvedas que han sobrevivido al paso del tiempo podemos imaginarnos lo grandiosa que debe haber sido en su época. Tiene una altura de 35 metros y realmente nos hace sentir chiquitos.

Cada vez se hace más complicado deambular con el cochecito ya que todo el piso es empedrado y bastante irregular… ¡ni quiero pensar lo que debe haber sido hace 2.000 años hacerlo en “romanitas”!
Ya de regreso hacemos una última parada para deleitarnos con el Estadio del Palatino. Éste se encuentra lejos de ser un ámbito para realizar deporte: es un jardín enorme.

Retornamos al apartamento cansados pero felices de nuestro primer día en Roma. Cenamos tranquilos mientras comentamos todas las aventuras vividas en tan poquito tiempo.

Estadio del Palatino

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