Nuestra caminata prosigue hasta el Panteón de Agripa. Este monumento es fabuloso… ya es sumamente majestuoso visto desde afuera, pero lo es aún más en su interior. Es que al ingresar podemos ver la cúpula con su famoso “oculus”. Cuando este templo pagano fue convertido en iglesia, la leyenda cuenta que los romanos allí reunidos pudieron ver una nube de demonios elevarse en el aire para escapar por el agujero de la cúpula. |
| Teniendo en cuenta que fue erigido en el año 27 A.C. no dejamos de maravillarnos y preguntarnos cómo es posible que hayan construido semejante estructura. Por un momento se me viene a la mente el griego de pelos parados de “Alienígenas Ancestrales” diciendo: “¿Qué si creo que esto lo hicieron los extraterrestres? ¡Yo creo que sí!”. Rápidamente descarto el pensamiento y vamos hacia la segunda atracción del lugar: la tumba de Rafael. Esta vez dejo ET´s de lado y mi mente activa trae a escena a Robert Langdon en “Ángeles y Demonios” tras la pista falsa que lo dirige hacia este lugar. |
Continuamos caminando hacia la Iglesia Santa María Maggiore, la cual es preciosa: algo constante en Italia en cuanto a iglesias se refiere. Pasamos por el monumento a Vittorio Emanuele II, una especie de Palacio Legislativo en versión tana que, al igual que el nuestro, es difícil rodear caminando por todas las avenidas que nacen y mueren en él. Para nuestro asombro nos damos cuenta que detrás está el Coliseo y recién ahora luego de 4 días en Roma nos hacemos la composición de lugar y relacionamos el mapa con la realidad. Culminamos nuestra extensa caminata en Piazza Repubblica para poder tomarnos el metro y reencontrarnos con los abuelos: por la cantidad de bolsitas que traen parece que el paseo dio resultado y estamos todos contentos con nuestro “día libre”. Nos tomamos un merecido descanso en Piazza del Popolo (¡y un merecido helado!) y emprendemos el regreso a lo de Marco. Demoramos un poco más de lo previsto ya que nos tomamos un ómnibus eléctrico que va a 2 por hora, pero finalmente llegamos al apartamento. Ya está Marco y una muchacha arreglando todo y limpiando así que sólo resta darle las gracias y dirigirnos a la estación de trenes. Como estamos medios atrasados, decidimos obviarnos el primer tren y terminamos pidiendo un taxi grande que nos lleve directo a Roma Termini. Tenemos demasiadas cosas para transportar: 4 valijas grandes, 3 mochilas, 1 carry-on, 1 bolsito maternal, 1 cochecito y… ¡una bebé! |
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La suerte (o falta de ella) quiere que nuestro conductor sea un muchacho “peso pluma” que prácticamente no puede con las valijas y que tampoco se da mucha maña para acomodarlas, por tanto seguimos demorando. Las dimensiones del vehículo no ayudan demasiado y hay que hacer una movida cual si fuera Tetris avanzado para que todo cuadre. Nadie se queda sin meter mano: lo que uno acomoda el otro lo desacomoda, pero finalmente logramos colocar todo adentro. Y comienza una carrera contra el tiempo en donde el viaje se hace eterno como siempre ocurre cuando estás apurado. Llegamos a la estación, aquello parece un enjambre… por donde se mire entra y sale gente: está atiborrado. En un error estratégico yo me adelanto para validar los tickets con la consigna de encontrarme en el andén de salida con los demás. Faltan menos de 10 minutos para que salga el tren y no hay señales del resto. En la desesperación salgo a buscarlos y cuando estoy por aceptar la cruda realidad y darme por vencida, milagrosamente veo sus cabecitas entre la muchedumbre. Es que si bien nosotros vamos a Florencia, el destino del tren es Venecia, de allí la confusión de que no encontraran el andén. Corriendo con todo el campamento a cuestas logramos abordar el tren faltando un par de minutos para la partida. Nos alejamos de Roma... agradecidos de haber podido descubrir sus más preciosos tesoros. Realmente una ciudad de esas que vale la pena conocer. |
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