martes, 16 de abril de 2013

Ida hacia Pompeya - Nápoles, Italia

Biglietto Regionale
Campiña tana
Hoy es uno de esos días en los cuales no importa si el despertador suena demasiado temprano. Es que conoceremos Pompeya y el Vesubio. A decir verdad me siento bastante ansiosa y no veo la hora de ponernos en marcha.

También estoy un poco nerviosa dado que tengo la responsabilidad de hacernos llegar a destino en base a mis averiguaciones por Internet.

Nos tomamos el primer tren desde Roma Trastevere a Roma Termini y desde allí otro que nos conduzca hacia la ciudad de Nápoles. El tramo hasta Napoli – Centrale dura una hora y diez en un tren rápido y alrededor de 2 horas y media en uno común. Como la diferencia monetaria es muy significativa elegimos descender a través de la bota en cámara lenta.

Llegamos a Nápoles alrededor de las 11 y hacemos una parada técnica para tomar un desayuno tardío o un almuerzo tempranero, depende como se quiera mirar.

No hay mucha variedad por lo que terminamos pidiendo una porción de pizza. Con intenciones de comprar algo más suculento para el verdadero almuerzo es que nos animamos a abandonar la estación de trenes y caminar unas cuadras, dejando a Juli con los abuelos.
Una vez había leído que si uno quiere sentir la verdadera Italia tiene que conocer Nápoles. También se dice que “para muestra basta un botón” y la sensación que me dejaran mis 15, 20 minutos en tierras de Cavani no fue positiva: desorden, suciedad, inseguridad.

Tal vez estoy siendo injusta con una ciudad que casi no conozco, pero sinceramente lo único que quería era irme rápido de allí.

Terminamos comprando unas milanesas al pan (paradójicamente no napolitanas) nuevamente en la estación, ya que afuera nada conseguimos. 
Arribo a Napoli - Centrale
Estación Napoli - Garibaldi
El tren para Pompeya sale desde la estación Garibaldi; ambas estaciones se encuentran comunicadas así que relativamente rápido estamos en el andén.

Con cuidado de no equivocarnos de tren (no es el único que pasa en esa vía) nos sentamos a esperar. Pocho y Sonia se hacen amigos de un muchacho que también va a Pompeya, es jugador de football por lo que la espera transcurre hablando de Edinson, La Tota, Diego, Luisito… en realidad la misma charla que siempre surge desde el momento en que decimos que somos uruguayos.
Nos tomamos el tren y dista bastante de todos los que veníamos tomando… para empezar está todo graffiteado y para continuar va repleto; nadie es capaz si quiera de mirarnos con tal de no darnos el asiento.

Luego de unas cuantas paradas evalúo abrir el cochecito al menos para que la bebé vaya sentada; no me entusiasma la idea de ir 40 minutos con ella de brazo en brazo. Por suerte se libera un asiento y allá van Nacho y Juli; yo mientras tanto me dedico a observar a mi alrededor.
Andén fantasma
Si tuviera que quedarme con un recuerdo de ese tren bien podría ser este: un niño de 6, 7 años medio sucio, con su acordeón maltrecho tocando y cantando “Funiculi, funicula, funiculi, funiculaaaa” por unas monedas. Obviamente nada en su presentación estaba librado al azar y claramente apuntaba a un público objetivo… nosotros los turistas.

Es que en el tren se combinan 2 realidades fácilmente identificables: los extranjeros con mochilas, gorros, guías y mapas, ansiosos de tener un día de aventuras y la de los lugareños, personas de poder adquisitivo medio-bajo que encaran el día para ir a sus trabajos en medio de pueblitos que nadie conoce.

A medida que avanzamos el tren se va vaciando y ya todos vamos sentados. Y de un momento a otro aparece ante nuestros ojos (aletargado pero no dormido) el Vesubio: señal inequívoca de que Pompeya está cerca.

No hay comentarios:

Publicar un comentario